domingo, 28 de enero de 2024

Sara Mesa: SILENCIO ADMINISTRATIVO

¿No es un sinsentido que justo a los que están "en situación de pobreza o riesgo de exclusión social" se les exija más que a nadie?

Si la tecnología no se traduce en simplificación y rapidez, es totalmente inútil. 

El problema es la indefensión que se crea al exigir precisión a aquellos a los que no se informó previamente y a los que se sigue sin informar. 

Algo tan sencillo como atender el teléfono, coger un papel y un bolígrafo, apoyarse en una superficie plana para escribir, no lo es tanto si uno está mendigando en la calle y usa bastón. 

Los pobres no se plantean cuestiones de estilo. 

Qué poco importa una mancha en la ropa cuando uno no ingresa ni un solo euro al mes. 

La pobreza se confunde con el hambre. Cualquier posesión que vaya más allá del bocadillo de mortadela y la manta raída puede ser censurable. 

La pobreza es fea, es difícil de mirar. Es incómoda. Se puede ser pobre pero decente: esto lo hemos escuchado muchas veces. Pobre pero limpio. Pobre pero honrado. Pobre pero sin vicios. Pero: la mala leche de la conjunción adversativa. 

Esa perfección, esa limpieza, que se les exige a los más pobres. Los queremos beatíficos, agradecidos, puros de corazón, impecables. Que no digan una palabra más alta que otra. Que den siempre las gracias y no insistan. Que se acerquen un poco pero que se retiren enseguida. Que gasten nuestras limosnas en lo que nosotros decidamos que se las deben gastar. Que no haya ni una sola tacha en su pasado, ni un desliz. 

Proteger a una mascota -cuidarla, alimentarla- dota de una profunda dignidad a la persona que lo hace. 

A veces, un animal es lo que hace que las personas que viven en extrema pobreza consigan esquivar la locura. 

Sentimos más compasión por un perro -por la inocencia indudable de un perro- que por una persona -que siempre es sospechosa de ser culpable-. Si el animal está sucio, es porque no lo lavan. Si lo está la persona, es porque le gusta la mugre. 

El sistema es diabólico, pero es exacto. En su exactitud radica, de hecho, su perversidad. 

A los pobres se les exige siempre que detallen sus intimidades si no quieren que sobre ellos se extienda -aún más- la sospecha. 

El silencio administrativo es unilateral, porque a la otra parte se le exige comunicación constante, veraz, rápida y eficiente. 

Hay quienes dan limosna, compadecidos por las personas que mendigan, pero están en contra de que el Estado deba ayudar a estas personas a alcanzar su derecho a una vida digna. La caridad prevalece entonces sobre el sentido de justicia y toma su peor cara: se convierte en una virtud privada, individual y arbitraria. 

Las neuronas espejo, esas que causan la empatía, no funcionan de manera indiscriminada. La identificación, el reconocimiento de rasgos comunes, es un componente esencial para que se activen. 

Olvidamos que el origen de la pobreza es la desigualdad. Nos compadecemos al ver los síntomas de la enfermedad, pero preferimos ignorar el diagnóstico. 

No existe todavía un código deontológico para el tratamiento informativo de la pobreza. 

Las noticias que presentan a los "sin techo" como un inconveniente para los demás ciudadanos, obviando la perspectiva de que el verdadero drama es su misma existencia, fomentan la aporofobia. 

La pobreza jamás está en el centro del debate político.

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