sábado, 23 de enero de 2021

James M. Barrie: PETER PAN Y WENDY

Su boca, burlona y dulce, guardaba un beso, que Wendy nunca pudo alcanzar, a pesar de que estaba bien visible en la cornisa, justo en el rinconcito del lado derecho. 

Hacía piruetas con tanta agilidad, que todo lo que podía verse de ella era un beso, y el que entonces se hubiera abalanzado a abrazarla lo habría conseguido. 

La noche estaba cuajada de estrellas. Éstas se agrupaban en torno a la casa como ansiosas por ver lo que iba a suceder allí, pero ella no se dio cuenta de esto, ni tampoco de que una o dos de las más pequeñas le hacían guiños. 

Las lamparillas son los ojos que dejan las madres para vigilar a sus hijos. 

Cuando el primer niño que nació se rió por primera vez, su risa se rompió en mil pedazos, que empezaron a saltar y brincar por todas partes; éste fue el origen de las hadas. 

Como los niños de ahora quieren ser tan sabios, dejan en seguida de creer en las hadas, y cada vez que un niño dice: "Yo no creo en las hadas", cae muerta una de ellas.  

Piensa cosas maravillosas y ellas te levantarán en el aire. 

La luz de las hadas se apaga por sí sola, cuando se duermen, lo mismo que la de las estrellas. 

Las hadas no pueden ser sino malas o buenas, porque, como son tan pequeñitas, no tienen por desgracia sitio sino para albergar un solo sentimiento. Les está permitido, no obstante, cambiarlo rápidamente. 

Sólo le contestó el eco burlón. 

Tenía los ojos del profundo azul de los nomeolvides. 

Primero las sillas y la chimenea - ordenó Peter Pan -. Después ya construiremos la casa a su alrededor. 

Ya quisiera una casita / con techo de musgo y hojas, / que tenga paredes rojas / y sea muy pequeñita. 

En realidad querría / ventanas muy espaciosas, / y alrededor muchas rosas / y niños con cortesía.

Eduardo Mendoza: EL MISTERIO DE LA CRIPTA EMBRUJADA

El transcurso inexorable de los años, en cuyas fauces perece nuestra evasiva juventud. 

Los gusanos voraces, el olvido, el negro vacío de la inexistencia. 

Nadie divaga tanto como el que se prepara a hacer una confesión. 

Es en verdad curioso cómo la memoria es el último superviviente del naufragio de nuestra existencia, cómo el pasado destila estalactitas en el vacío de nuestra ejecutoria, cómo la empalizada de nuestras certezas se abate ante la leve brisa de una nostalgia.

Es posible que toda niñez sea amarga. 

Siempre seremos lo que ya fuimos. 

La esperanza de que por una vez la virtud se viera recompensada en este mundo y no en el otro. 

Los alquileres andaban por las nubes, la cesta de la compra era un cohete. 

La vida es una hoja a merced del viento. 

No pude contener un par de lagrimones y algún que otro moco, leve homenaje a la fugacidad de nuestros sueños y a lo efímero de la belleza humana. 

La disparidad de criterios que a mi ver existe en punto a belleza entre los hombres y las mujeres, creyendo éstas que su atractivo radica en los ojos, los labios, el cabello y otros atributos ubicados al norte del gañote, en tanto que el género masculino, por así llamarlo, salvo que prono a desviaciones electivas, centra su interés en otras partes de la anatomía, con absoluto desdén de las ya mencionadas. 

Las diferencias sociales se patentizaban en los detalles más baladís o baladíes. 

Hundiendo la cabeza entre los hombros, como si así la lluvia no fuera a encontrársela. 

Me metí en la cama y traté de dormirme repitiendo para mis adentros la hora en que quería despertarme, pues sé que el subconsciente, además de desvirtuar nuestra infancia, tergiversar nuestros afectos, recordarnos lo que ansiamos olvidar, revelarnos nuestra abyecta condición y destrozarnos, en suma, la vida, cuando se le antoja y a modo de compensación, hace las veces de despertador. 

Siempre has sido un ambicioso sin empuje, un tirano sin grandeza y un botarate sin gracia. Has sido vanidoso en tus sueños y apocado ante la realidad. Nunca me has dado nada de lo que yo esperaba, ni siquiera de lo que yo no esperaba, cosa que habría agradecido igual. De mi insondable capacidad de sufrimiento sólo has aprovechado mi sumisión. Contigo me ha faltado no ya la pasión, sino la ternura, no ya el amor, sino la seguridad. 

Es usted constante en sus afectos, pero su hermetismo puede ocasionar malentendidos. 

La desconfianza en el poder público es el mal endémico del país. 

Cómo se ponen los ricachos cuando les traiciona la salud: una jaqueca y se hacen ingresar en La Paz.

viernes, 22 de enero de 2021

Émile Zola: LA BESTIA HUMANA

A veces lo heroico es aceptar un mal si no se quiere caer en otro peor. 

Ahora, cuando la llama de los celos se había extinguido, ya no sentía la intolerable quemadura en su pecho, como si la sangre que corría por sus venas se hubiese fundido con la que había derramado. 

Muchas veces se hacen cosas inconfesables para ser feliz, sin conseguir luego nada positivo en este sentido. 

La silenciosa e interminable caída de copos arañaba las tinieblas con un lívido estremecimiento. 

Wenceslao Fernández Flórez: EL BOSQUE ANIMADO

En un segundo de tiempo cabe un siglo de ensueño. 

Encontráronse en una estancia de techo bajo, de luz atenuada que producía en el espíritu una impresión de confidencia, de intimidad, de hallarse en lugar donde nadie habría de importunar con inesperada presencia. Era esa luz suficiente y suave de las alcobas. 

La vida nació de un solo grito del Señor y cada vez que se repite no es una nueva voz la que la ordena, sino el eco que va y vuelve desde el infinito al infinito. 

Almudena Grandes: EL LECTOR DE JULIO VERNE

Un viento tan cruel y delicado como si estuviera hecho de cristal. 

Su inquietud, conmovedora y angustiosa a la vez, me desorientó por dentro, como si al escucharle hubiera mordido el relleno ácido de un pastel dulce, el corazón podrido de una fruta verde. 

Su risa era desagradable, gruesa y pellejuda como la de un sapo. 

Su rostro anguloso, de nariz elegante y ojos almendrados, sumidos sin embargo entre los pliegues de una piel quebradiza, seca como el cartón, arruinada por el tiempo y la indiferencia con la que miraba todas las cosas. Esa expresión de desdén, en la que no siempre había tanta fatiga como arrogancia, la hacía más vieja que el pelo cano, desgreñado alrededor de un moño que le salía distinto cada día, un garabato mal hecho que se venía abajo sin ayuda de nadie en los tormentosos estallidos de furia que la sacudían como un rayo, desde la cabeza hasta los pies. 

Hasta las personas más valientes, las más justas, las más honradas, interpretan la realidad de acuerdo con sus propias ideas sobre lo que es bueno y lo que es malo, lo que desean, lo que temen, lo que creen, lo que detestan. Y al hacerlo, fabrican su propia verdad. 

Agazapados tras mi humilde felicidad, el tiempo y el espacio me perseguían, me acechaban, constantes, sin que me diera cuenta, esperando a la menor oportunidad para someterme, para arrinconarme en el lado del mundo que me correspondía, para quitarme la manía de soñar que yo podía elegir mi propia vida y saltar cuando me apeteciera el muro imaginario que dividía los llantos y las culpas. 

Una intermitente sucesión de imágenes bruscas, secas, violentas como golpes, y tan quemadas por el sol que se confunden con una vieja colección de fotografías abandonadas a la intemperie. 

Pasaba las horas muertas tendido en la cama, mirando al techo como si el techo fuera un espejo que me reflejara por dentro. 

La verdad es sólo la parte de la verdad que nos conviene. 

Aquella vida mala, sórdida, insana como un sótano húmedo y sin ventilar donde florecía el moho de un miedo perpetuo, un grumo polvoriento y gris, tan espeso como si fuera sólido, que taponaba su boca para que los secretos les horadaran por dentro, para que perforaran su garganta, su estómago, sus intestinos, porque las palabras que no se dicen hieren, golpean, pinchan, queman, destruyen los tejidos del cuerpo y del espíritu. 

Aquel beso tristísimo e inútil, cargado de un amor que la madera no podía apreciar. 

La información que facilita la tortura nunca es fiable. 

Un dedal que rodó tintineando con la inerte alegría de una campanilla. 

La mirada vacía de los cobardes, que son crueles porque son cobardes, que son torpes porque son cobardes, que son mezquinos porque son cobardes.

miércoles, 20 de enero de 2021

Cristina López Barrio: NIEBLA EN TÁNGER

Tiene el aliento de vidrio. 

Permanece a su lado, vivo, sumergido en la respiración de los sueños. 

Le late el corazón en la garganta. 

Existe entre el aliento de niebla que se adensa en las cunetas. 

La casa está tomada por una soledad de cementerio. 

A través de la ventana del salón penetra la lengua oscura que forma la sombra del ciprés más alto del jardín. 

Camina por las baldosas de hielo. 

Las lentillas se han convertido en rocas. 

Al desnudarse, percibe el olor de él, de ellos, lo abriga con el pijama, lo protege, lo sella a su piel. 

La casa está estancada en lo que queda de noche. 

Sólo le quedan unas agujetas en las ingles para caminar en el recuerdo. 

Es un hombre de ojos secos, jersey con cuello a la caja, colonia dócil. 

Un olor que se le antojaba a golondrinas. 

La tarde de diciembre, conforme cae el sol, se está tornando de hielo. 

El viento azota los edificios, silba en las ventanas, desmiga cornisas, doblega las ramas de los árboles con una fuerza bíblica. Vuela los abrigos de los transeúntes, los sumerge en remolinos de hojas secas, papeles y polvo; les vuela los cabellos, se los enreda, los hace flotar. 

Se abraza a sí misma. 

Llega con su propio vendaval en las entrañas. 

La televisión es una teta grande, tragamos, tragamos lo que nos echa, nos alimenta y ya no necesitamos más. 

Los tormentos azules que son sus ojos. 

La cerveza es un reloj de arena. Las burbujas, los granos que marcan el ritmo de su desgracia. 

Madrid la recibe con mano de huracán, o es su pecho que le sopla tristeza. 

Le parece que los árboles silban las preguntas que se amontonan en su cabeza. 

El cielo parece de cristal. 

Acaricia la cubierta del libro, lo abre con reverencia, lo huele; así le da la bienvenida a su vida, lo incorpora a ella. 

Siente vértigo en las entrañas. El pulso se le desboca, el latido en todo su cuerpo. 

Una niebla helada acaba de instalarse en su pecho. 

Está rígida. De pronto, se ha convertido en plomo, en hielo. 

Tiene en el pecho una caracola gigante que la oprime. 

Tiene una hoguera en las entrañas. Va a explotar. Es una supernova, un big bang que crea otra galaxia. (...) Siente volar cometas con colas estrelladas a la velocidad de la luz, lluvia de asteroides, choque de planetas. 

Las golondrinas se fueron a anidar a otra parte, a otra primavera. 

El olor a sal le encrespa el cabello, que toma vida propia y se expande como una aureola de fuego. 

Sobre su fachada blanca se desvanecen los rayos del mediodía. 

Tánger es una caracola que se cierne sobre sí misma. 

¿Necesitamos salvar a otros para calmar nuestras conciencias, para encontrar el camino que nos permita vivir en paz?

El invierno interminable que convertía los huesos en un esqueleto de hielo. 

La vida se presentaba tan sólo como un discurrir marcado por el nacimiento. 

Hay que arriesgarse y sufrir para salvar a otros. 

La fealdad asusta y atrae. 

Ser más listos y educados hizo que hubiera ricos y pobres. 

Unos ojos vivos, negros también, que desnudaban el alma. 

Aquellos ojos formaban un ser aparte del que los contenía. 

La placidez residía en el ángulo que formaban sus muslos. 

La rabia me dolía en la garganta. 

Me muero en esta casa con sombra de ciprés que aletea sobre nuestro matrimonio, día y noche, como si sólo nos quedase esperar dos paladas de tierra. 

Imagina una puerta que se le abre en el pecho y una escalera de caracol que desciende y desciende por su corazón. 

El relente de la noche se le cuela por la puerta del corazón. 

Siente un portazo en el pecho. 

Es terrible sentirse solo cuando se tiene cerca a alguien. 

Don Quijote se muere cuerdo porque eso le hace humano. 

Huele a melancolía en cada rincón perfecto. 

La vejez se ha abierto paso en un rostro que aún es hermoso. 

El pelo indomable a todas horas por el clamor del mar. 

Camina sobre sus latidos. 

Los ojos le brillan con un resplandor impropio de su edad, sin rastro del halo turbio que acompaña a la vejez. 

Se le enreda la voz en la garganta. 

El silencio del alba le recordaba a la soledad de la guerra. 

La cama estaba fría, como si ya se hubiera marchado para siempre. 

Me asustaba la idea de convertirme en una reliquia antes de que me llegara la hora de morirme. 

Penélope me pareció la mujer más inteligente que había dado la mitología. Ella tejía y destejía para evitar elegir un pretendiente que no fuera su esposo, a quien aguardaba con toda la paciencia y el sufrimiento contenido que cabía esperar de una mujer, qué mejor ardid que una labor tan femenina. 

Los mundos tan diferentes que se acercan en la infancia están destinados a separarse cuando crecen. 

Le soñaba antes de dormir con esa nueva voz que parecía tallada en roca. 

Cuanto más imposible era para el mundo, más posible lo era para mi imaginación atormentada por el aburrimiento. 

La fiebre de la vigilia. 

Sus dientes lunares. 

Burlas del destino, que siempre es circular.

La idea de que venía a raptarme el día de mi boda me dejaba en la boca un sabor a especias. 

Embarcaba en un gran buque, cuya sirena desbarataba el mundo. 

El horizonte parecía de ceniza. 

Los muertos tienen ventaja, ya no obrarán mal ni bien. 

Cómodos o incómodos vivimos dentro de los límites que nos imponemos y nos imponen, más allá de ellos está lo desconocido. Hay que tener valor para traspasarlos. 

Nada de meterte más en la caracola de otros, tienes que encontrar tu propia caracola. 

Mira adentro. Baja por la escalera del corazón hasta el fondo del castillo. 

Amanece nublado. Tánger se difumina en un baño de vapor. 

Su mano es una araña que recorre el bolso. 

En su pecho hay olas de varios metros, lluvia torrencial, truenos. 

Me contempló con esos ojos negros que vivían por sí mismos. 

La vida valía menos que el agua del mar y se escapaba como en un colador. 

Los soldados no deberían tener conciencia, así sería más fácil. 

Sus movimientos habían desembocado a lo largo de la noche en una melancolía misteriosa. 

Tenía una voz evocadora, rota, que atravesaba la piel. 

Olfateaba la vida que surgía entre nosotros. 

La humedad hace astillas los huesos. 

La creación puede transformar. 

El artista ha de crear la vida, no copiarla. 

El cielo con una hendidura entre las nubes. En el horizonte, el Estrecho, una lámina de acero. 

Las nubes formaban abanicos blancos. 

Su mirada traspasaba la piel, los huesos. 

Me he apeado de dar vueltas por el mundo, me cueste lo que me cueste, tú eres mi brújula, mi norte. 

Un hielo fantasmal le envolvía por completo. 

Los labios se le ponían de nieve. 

Tenía una tendencia a fabular la vida, a dotarla de la magia extraordinaria de los cuentos, como si sólo a través de ellos pudiéramos entender su verdadero sentido. Como si sólo pudiéramos soportar la vida gracias a la existencia de las historias. 

Creció en un mundo sensible donde la belleza dominaba al mundo real.

Estaba en una edad frutal. 

Eran muchos los mutilados que había en esos tiempos, estigmas de la guerra que habían de lucirse como una medalla o un calvario toda la vida. 

Un río helado descendía por mi espalda. 

Sentí una rabia y una desolación que me convertía en agua. 

Las calles se nublaban a mi paso, las casas se deformaban en su blanco perfecto, las personas no eran más que sombras. 

Se había levantado un frío metálico de diciembre que se deslizaba hasta los huesos. 

Caminaba como si ya estuviera embarcado en el viento que se lo llevaría para siempre. 

Parecía más alto, más esbelto, lo que acentuaba la soledad de sus andares. 

El viento nos volaba los cabellos y una lluvia fina parecía el principio de un diluvio que se iba a llevar el mundo de un manotazo. 

El estómago me tiembla, he olvidado mi nombre, soy una mujer en el viento. 

La casa se sumerge de nuevo en su aroma de otro siglo. 

Tiene sus ojos negros, inquietantes, ojos que no envejecen, que parecen vivir por sí mismos. 

Las pelirrojas son mujeres apasionadas, el rojo del pelo lo llevan en el corazón. En ocasiones oculto, pero una vez que se enciende es imposible apagarlo. 

La esperanza es el peor de los males en algunas ocasiones, no permite avanzar. 

El cielo parece un riachuelo de niebla. 

Llevamos una vida cómoda, perfecta, tan perfecta que es inexistente. 

Vivir anestesiado es más fácil que romper con la rutina, por todo lo que ello conlleva. Nuevos riesgos que afrontar. 

¿Hasta dónde el arte ha modelado esa materia bruta que es la vida real? ¿Dónde empieza y termina la ficción?

El corazón le late en todo su cuerpo. 

Siente fuego en la garganta. 

El Estrecho parece un plato azul. 

Aquel paraje desierto huele a la nostalgia del mar. 

Las nubes han sido pulverizadas por una luz cegadora. 

Busca fuerzas en un azul de invierno. 

La playa amortigua sus pasos de fantasma. De espejismo en el horizonte. 

El silencio está vivo. 

El tiempo se ha disuelto en la espuma del mar. 

Su respiración es cavernosa. 

El cabello le huele a sombra. 

El cielo deshilachado en fuego. 

Siente un soplo frío, una corriente de puerta abierta que de pronto desaparece. 

Se adentra en la cinta de ceniza que corre pareja al mar. 

Se ha acostumbrado al tedio que proporciona la seguridad, cómoda en un dolor con el que se aprende a convivir. 

En el cielo comienza la congestión del amanecer. 

No se atreve a romper lo que parece sellado por el secreto, por el silencio. 

Por su pecho se nota que ha pasado el tiempo. Que fue firme y ahora se mantiene en pie a base de nostalgia. 

Lívida en su belleza como una atracción de circo. 

Siente el viento en su estómago. 

¿Cuántas casualidades hay en la vida que jamás se permitirían en la literatura?

La vida imita al arte y no el arte a la vida. 

La vida debe imitar al arte, hagamos arte entonces para que cobre vida. 

El cielo parece de harina en esa mañana cálida de diciembre. Ni un rayo de sol consigue filtrarse a través de su sombra. 

Tus ojos delataban lo que escondías, porque ellos nunca pudieron mentir. 

La felicidad ciega. 

Volaste en el levante furioso. 

Vuelve a pintar la vida. 

Es el frío del miedo lo que la atenaza y la paraliza. 

El silencio de las olas que baten contra las rocas. 

El alma humana a veces es impredecible. 

Respira buscando hasta la última brizna de aire en los pulmones. 

La literatura siempre se anticipa a la vida. 

El ser humano siempre se repite. Mata por despecho, para quitarse de en medio lo que le estorba en sus deseos. 

Hay cosas que cuando se ponen en marcha no tienen vuelta atrás. 

Las personas afrontan retos extraordinarios.