sábado, 10 de febrero de 2024

Sara Mesa: UN AMOR

Al hacerse de noche es cuando cae el peso sobre ella, tan grande que tiene que sentarse para coger aliento. 

Los pensamientos llegan y se deslizan a través de ella, entrelazándose. Intenta que salgan a la misma velocidad con la que entran, pero se le acumulan en el interior, un pensamiento sobre otro. Ya ese empeño -esforzarse en que entren y salgan y no le acumulen- es de por sí un pensamiento demasiado intenso para su cabeza. 

Su deterioro no tiene que ver con los años, sino con la expresión hastiada, con la manera de balancear los brazos y doblar las rodillas mientras avanza.

Una gota de sudor le resbala por la sien. Se la limpia con el dorso de la mano y encuentra en ese gesto la fuerza necesaria para atacar. 

Cuanto menos escriba uno su nombre verdadero, mejor. Solo vale para firmar en el banco. 

La observa fijamente -demasiado fijamente-, pero sus ojos son dulces y eso suaviza la incomodidad. 

El cabello, muy blanco y fino, se extiende como una suave bruma sobre la cabeza. 

Los cambios -todos los cambios- siempre son para bien. 

La voz deformada por los nervios. 

A veces, ciertos errores acarrean un acierto, un cambio de rumbo o incluso una revelación. 

Una sombra ha caído sobre ellos, viciando el aire. 

Siente que el corazón se le desploma de golpe hacia los pies. 

Como el dinero, también el capital erótico se va escurriendo sin que uno se dé cuenta, solo se toma conciencia de él cuando desaparece, y se escudriña en el espejo con una mirada desprovista de piedad, evaluando las partes de su cuerpo o de su cara donde puede radicar el error. 

Su aburrimiento desprende un halo de desesperación. 

Qué absurdos son algunos hombres. 

Una angustia creciente se adensa en ella. 

Una reflexión fugaz cruza por su cabeza, tan rápida que no le da tiempo a agarrarla y entenderla. 

Su voz, no parece su voz, suena postiza, como si estuviese leyendo el papel de una obra. 

Una sonrisa tensa, posiblemente avergonzada, aunque también centelleante, rápida. 

El olor, el viento en su piel, los tonos verdes y marrones mezclados -hojas y tierra-, el gusto acre de su saliva -de los nervios-, todo lo que la ata a ese instante se expresa a través de los sentidos y, sin embargo, la sensación de irrealidad es abrumadora, la abstracción vence a lo concreto, como si, más que estar al borde de una nueva vivencia, estuviese representando una escena en un decorado y con unos actores: una gran mentira. 

En el sexo no existe zona intermedia entre el placer y el asco. 

La piel tiene memoria. 

Echar muchas horas no es sinónimo de tesón. Puede ser también señal de torpeza. O de caradura. 

Siente ansiedad como un animal en celo. 

No es una mirada limpia: parece haber un juicio tras sus ojos. 

Lo que estaba fuera, en la lejanía del paisaje, lo que era invisible y carecía de interés, está ahora dentro de ella, habitándola, sacudiéndola.