jueves, 13 de septiembre de 2018

Fernando Aramburu: LOS PECES DE LA AMARGURA

Existen personas convencidas de que, para formar el país de sus sueños, por fuerza hay que causar dolor al prójimo. Personas con la sangre envenenada por el odio, que a lo mejor vivían a menos de dos manzanas de allí y cuidaban en casa a un jilguero con el mismo amor que si se tratara de un hijo.

Siempre me han gustado los pájaros. Quizá porque van y vienen a su antojo. No viven apegados a la tierra como la mayoría de la gente. Un pájaro no es de aquí ni es de allá, sino de todos los lugares. Llega, se posa, se va.

Quizá los duelos en compañía aportan consuelo por ese motivo. Todo el mundo echa un poco el freno a las emociones para no empeorar las del prójimo. Al final el trance se hace más llevadero. [....] En soledad, por el contrario, te lo tienes que tragar todo tú solito.

Las lámparas y los muertos nunca responden y es inútil insistir.

Reina un silencio que a él le parece que se puede agarrar y se puede oír. A lo mejor no es silencio sino el alboroto de antes que persiste en forma de murmullo dentro de sus oídos.

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