Era la sonrisa feroz de los hombres chamuscados, obligados a retroceder por las llamas. [.....] Luego, al irse a dormir, sentiría en la oscuridad la feroz sonrisa retenida aún por sus músculos faciales.
La tela susurraba.
Tengo diecisiete años y estoy loca. Mi tío dice que ambas cosas van siempre juntas.
Se vio en los ojos de ella, suspendido en dos brillantes gotas de agua, oscuro y diminuto, pero con gran detalle, incluso los pliegues en las comisuras de su boca, todo en su sitio, como si los ojos de la muchacha fuesen dos extraordinarios pedacitos de ámbar violeta que pudiesen capturarlo y conservarlo intacto.
Una vez, cuando él era niño, durante un corte de suministro eléctrico, su madre había encontrado y encendido la última vela que tenían; entonces se habían sentido muy próximos el uno del otro. Esa tenue iluminación había hecho que el espacio perdiese sus vastas dimensiones y se cerrase, envolvente, a su alrededor, madre e hijo, solo ellos, transformados, esperando que la electricidad no volviese quizá demasiado pronto...
Tenía una cara muy delgada, como la esfera de un pequeño reloj entrevisto en una habitación oscura a medianoche cuando uno se despierta para mirarlo y lo vislumbra, y el reloj le dice la hora, el minuto y el segundo con un silencio blanco y un resplandor que infunde seguridad, porque él todo lo sabe sobre la noche que discurre velozmente hacia ulteriores tinieblas pero que también se mueve hacia un nuevo sol.
El cielo aulló sobre la casa. Se produjo un sonido aterrador, como si dos manos gigantes hubiesen desgarrado a lo largo de la costura miles de kilómetros de tela negra.
Uno se pregunta el porqué de una serie de cosas y termina sintiéndose muy desdichado.
No se puede construir una casa sin clavos ni madera. Si no quieres que se construya esa casa, esconde los clavos y la madera. Si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, pues le preocuparás; enséñale solo uno. O, mejor aún, no le muestres ninguno. Haz que olvide que existe una cosa llamada guerra. Si el gobierno es poco eficiente, excesivamente intelectual o aficionado a aumentar los impuestos, que lo sea pero sobre todo que la gente no se preocupe por ello.
Atiborra a la gente de datos no combustibles, lánzales encima tantos "hechos" que se sientan abrumados, pero totalmente al día en cuanto a información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan, de que se mueven sin moverse, y serán felices, porque los hechos de esta naturaleza no cambian. No les des ninguna materia delicada como filosofía o sociología para que empiecen a atar cabos. Por ese camino se llega a la melancolía. Cualquier hombre que pueda desmontar un mural de televisión y volver a armarlo luego (en la actualidad, la mayoría de los hombres pueden hacerlo) es más feliz que cualquier otro que trate de medir, calibrar y cuestionar el universo, que no puede ser medido ni cuestionado; ese hombre se sentirá como un salvaje y muy solo.
Nada de porches delanteros. Mi tío dice que antes solía haberlos, y la gente, a veces, se sentaba por las noches en ellos, charlando cuando así lo deseaban, meciéndose, y guardando silencio cuando no querían hablar. Otras veces, permanecían allí sentados, meditando sobre las cosas. Mi tío dice que los arquitectos prescindieron de los porches frontales porque resultaban poco estéticos. Pero mi tío asegura que tan solo fue un pretexto. El verdadero motivo, el motivo oculto, podría ser que no querían que la gente se sentara de esa manera, sin hacer nada, únicamente meciéndose y hablando. No era la mejor forma de relacionarse; la gente hablaba demasiado y tenía tiempo para pensar. Entonces eliminaron los porches. Y también los jardines. Ya no más jardines donde poder acomodarse. Y fíjese en el mobiliario. Ya no hay mecedoras. Resultan demasiado cómodas. Lo que conviene es que la gente se levante y ande por ahí.
No podemos determinar el momento exacto en que nace la amistad. Como al llenar un recipiente gota a gota, hay una gota final que hace que se desborde, del mismo modo que en una serie de gentilezas hay una final que acelera los latidos del corazón.
Sintió deseos de llorar, pero nada ocurrió en sus ojos o en su boca.
¿Sabe por qué los libros como éste son tan importantes? Porque tienen calidad. Y ¿qué significa la palabra "calidad"? Para mí significa textura. Este libro tiene poros, tiene rasgos. Este libro puede colocarse bajo el microscopio. A través de la lente, encontraría vida, huellas del pasado en infinita profusión. Cuantos más poros, cuantos más detalles provenientes de la vida misma haya en cada centímetro cuadrado de papel, más "literaria" será la obra.
Los buenos escritores se adentran a menudo en la vida. Los mediocres solo pasan apresuradamente la mano por encima de ella. Los malos la violan y dejan que se pudra.
¿Se da cuenta ahora de por qué los libros son odiados y temidos? Muestran los poros del rostro de la vida. La gente comodona solo desea caras de luna llena, sin poros, sin pelo, inexpresivas. Vivimos en una época en que las flores tratan de vivir sobre las mismas flores, en lugar de crecer gracias a la lluvia y al negro estiércol. Incluso los fuegos artificiales, pese a su belleza, proceden de la química de la tierra. Y, sin embargo, pensamos que podemos crecer, alimentándonos con flores y fuegos artificiales, sin completar el ciclo, de regreso a la realidad.
Los libros pueden ser combatidos con argumentos.
- Corre usted un gran riesgo.
- Eso es lo bueno de estar moribundo. Cuando no se tiene nada que perder, pueden correrse todos los riesgos.
Los libros están para recordarnos lo tontos y estúpidos que somos. Son la guardia pretoriana de César, susurrando mientras tiene lugar el estruendoso desfile: "Recuerda, César, que eres mortal". La mayoría de nosotros no podemos andar corriendo por ahí, hablando con toda la gente, ni conocer todas las ciudades del mundo, pues carecemos de tiempo, de dinero o de amigos. Lo que usted anda buscando existe realmente, pero la única manera de que una persona corriente lo encuentre depende en un noventa y nueve por ciento de lo que está en los libros.
No espere ser salvado por alguna cosa, persona, máquina o biblioteca. Realice su propia labor salvadora, y si se ahoga, muera por lo menos sabiendo que se dirigía hacia la playa.
Los que no construyen deben destruir. Es algo tan viejo como la historia.
Junto al melancólico borde de los desnudos guijarros del mundo.
Si esconde usted su ignorancia, nadie le atacará y nunca llegará a aprender.
Son los mejores tontos los que un poco sabios son.
Sintió que sus manos delataban su culpabilidad. Sus dedos eran como hurones que hubiesen cometido alguna fechoría y ya nunca pudiesen descansar, siempre agitados y ocultos en los bolsillos.
Tuvo la sensación de que si él lanzase su aliento sobre sus dedos, sus manos se marchitarían, se deformarían poco a poco y nunca más recuperarían la vida; tendrían que permanecer enterradas para siempre en las mangas de su chaqueta, olvidadas.
Aquéllos a quienes acompañan nobles sentimientos nunca están solos.
Lees algunas líneas y de pronto te caes por el precipicio. Vamos, que estás dispuesto a trastornar el mundo, a cortar cabezas, aniquilar a mujeres y a niños, a destruir la autoridad.
El diablo puede citar las Escrituras para conseguir sus fines.
Esta época hace más caso de un tonto con oropeles que de un santo andrajoso de la escuela de la sabiduría.
¡La sabiduría es poder!
Un enano sobre los hombros de un gigante es el que ve más allá.
¡Qué traidores pueden ser los libros! Crees que te apoyan y de pronto se vuelven contra ti. Otros pueden utilizarlos también, y ahí estás perdido en medio del pantano, entre un gran tumulto de nombres, verbos y adjetivos.
A buen fin, no hay mal principio.
Recuerde que el capitán pertenece a los enemigos más peligrosos de la verdad y de la libertad, al sólido e inconmovible ganado de la mayoría. ¡Oh, Dios! ¡La terrible tiranía de la mayoría!
Todos tenemos nuestras arpas para tocar. Y, ahora, deberá decidir usted con qué oído quiere escuchar.
Se produjo un chasquido, como el de la caída de los fragmentos de un sueño confeccionado con cristal, espejos y prismas.
El roce de las alas de una mariposa contra una fría y negra tela metálica.
¿Qué hay en el fuego que lo hace tan atractivo? No importa la edad que tengamos, ¿qué nos atrae hacia él? Es el movimiento continuo lo que el hombre quiso inventar, pero nunca lo consiguió. O el movimiento casi continuo. Si se la dejara arder, lo haría durante toda nuestra vida. ¿Qué es el fuego? Un misterio. Los científicos hablan mucho de fricción y de moléculas. Pero en realidad no lo saben. Su verdadera belleza es que destruye responsabilidades y consecuencias. Si un problema se hace excesivamente pesado, al fuego con él. [....] Después, no quedará ni rastro. Aséptico, estético, práctico.
Las cubiertas desgarradas y esparcidas como plumas de cisnes.
Los libros brincaron y bailaron como pájaros asados, con sus alas en llamas con plumas rojas y amarillas.
El vacío pareció sisear contra él. La desnudez produjo un siseo aún mayor, un chillido insensato.
Trató de pensar en el vacío sobre el que había actuado la nada, pero no pudo. Contuvo el aliento para que el vacío no penetrara en sus pulmones.
Dale unos cuantos versos a un hombre y se creerá el Señor de la Creación; creerá incluso que con los libros podrá caminar sobre el agua.
No te enfrentes con un problema, quémalo.
Apenas si era un esqueleto, unido con tendones de asfalto.
Los helicópteros de la policía se elevaban desde un punto tan remoto que parecía como si alguien hubiese soplado una flor seca de diente de león.
Oscilaron indecisos, como mariposas desconcertadas por el otoño.
Sobre el inmenso río de cemento, el aire temblaba a causa del calor que desprendía el cuerpo.
Sus pulmones eran como retama ardiente en su pecho. Tenía la boca reseca de tanto correr. Su garganta sabía a hierro y había acero oxidado en sus pies.
¿Cuántas veces puede hundirse un hombre y seguir vivo?
Esto es lo maravilloso del hombre: nunca se desalienta o disgusta lo suficiente para abandonar algo que debe hacer, porque sabe que es importante y que merece la pena hacerlo.
No juzgue un libro por su cubierta.
Cuando uno muere, debe dejar algo tras él. Un hijo, un libro, un cuadro, una casa, una pared levantada o un par de zapatos que se ha hecho uno mismo. O un jardín plantado. Algo que tu mano tocará de un modo especial, de manera que tu alma tenga algún sitio adonde ir cuando tú mueras, y cuando la gente mire ese árbol o esa flor que tú plantaste, tú estarás allí.
Detesto a ese romano llamado Statu Quo. Llena tus ojos de ilusión. Vive como si fueras a morir dentro de diez segundos. Mira el mundo. Es aún más fantástico que todos los sueños confeccionados o comprados en una fábrica. No pidas garantías, no pidas seguridad. Nunca ha existido algo así. Y, si existiera, sería un animal que estaría emparentado con el gran perezoso que cuelga boca abajo de un árbol y que pasa la vida durmiendo. Al diablo con eso; sacude el árbol y haz que el gran perezoso caiga sobre su trasero.
Mucho antes de Cristo, hubo un pajarraco estúpido llamado Fénix. Cada pocos siglos encendía una hoguera y se quemaba en ella. Debió de ser el primer primo hermano del hombre. Pero, cada vez que se quemaba, resurgía de las cenizas, renacía a la vida. Y parece que nosotros hacemos lo mismo, una y otra vez; sin embargo, tenemos una maldita ventaja sobre él. Sabemos la maldita estupidez que acabamos de cometer. Conocemos todas las barbaridades que hemos llevado a cabo durante miles de años, y mientras recordemos eso y lo conservemos donde podamos verlo, algún día dejaremos de levantar esas malditas piras funerarias y de arrojarnos a ellas. En cada generación, habrá más gente que recuerde.
Algún día, recordaremos tanto que construiremos la mayor pala mecánica de la historia, con la que excavaremos la mayor sepultura de todos los tiempos, en la que enterraremos la guerra.
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