En un segundo de tiempo cabe un siglo de ensueño.
Encontráronse en una estancia de techo bajo, de luz atenuada que producía en el espíritu una impresión de confidencia, de intimidad, de hallarse en lugar donde nadie habría de importunar con inesperada presencia. Era esa luz suficiente y suave de las alcobas.
La vida nació de un solo grito del Señor y cada vez que se repite no es una nueva voz la que la ordena, sino el eco que va y vuelve desde el infinito al infinito.
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