sábado, 23 de enero de 2021

James M. Barrie: PETER PAN Y WENDY

Su boca, burlona y dulce, guardaba un beso, que Wendy nunca pudo alcanzar, a pesar de que estaba bien visible en la cornisa, justo en el rinconcito del lado derecho. 

Hacía piruetas con tanta agilidad, que todo lo que podía verse de ella era un beso, y el que entonces se hubiera abalanzado a abrazarla lo habría conseguido. 

La noche estaba cuajada de estrellas. Éstas se agrupaban en torno a la casa como ansiosas por ver lo que iba a suceder allí, pero ella no se dio cuenta de esto, ni tampoco de que una o dos de las más pequeñas le hacían guiños. 

Las lamparillas son los ojos que dejan las madres para vigilar a sus hijos. 

Cuando el primer niño que nació se rió por primera vez, su risa se rompió en mil pedazos, que empezaron a saltar y brincar por todas partes; éste fue el origen de las hadas. 

Como los niños de ahora quieren ser tan sabios, dejan en seguida de creer en las hadas, y cada vez que un niño dice: "Yo no creo en las hadas", cae muerta una de ellas.  

Piensa cosas maravillosas y ellas te levantarán en el aire. 

La luz de las hadas se apaga por sí sola, cuando se duermen, lo mismo que la de las estrellas. 

Las hadas no pueden ser sino malas o buenas, porque, como son tan pequeñitas, no tienen por desgracia sitio sino para albergar un solo sentimiento. Les está permitido, no obstante, cambiarlo rápidamente. 

Sólo le contestó el eco burlón. 

Tenía los ojos del profundo azul de los nomeolvides. 

Primero las sillas y la chimenea - ordenó Peter Pan -. Después ya construiremos la casa a su alrededor. 

Ya quisiera una casita / con techo de musgo y hojas, / que tenga paredes rojas / y sea muy pequeñita. 

En realidad querría / ventanas muy espaciosas, / y alrededor muchas rosas / y niños con cortesía.

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