Tiene el aliento de vidrio.
Permanece a su lado, vivo, sumergido en la respiración de los sueños.
Le late el corazón en la garganta.
Existe entre el aliento de niebla que se adensa en las cunetas.
La casa está tomada por una soledad de cementerio.
A través de la ventana del salón penetra la lengua oscura que forma la sombra del ciprés más alto del jardín.
Camina por las baldosas de hielo.
Las lentillas se han convertido en rocas.
Al desnudarse, percibe el olor de él, de ellos, lo abriga con el pijama, lo protege, lo sella a su piel.
La casa está estancada en lo que queda de noche.
Sólo le quedan unas agujetas en las ingles para caminar en el recuerdo.
Es un hombre de ojos secos, jersey con cuello a la caja, colonia dócil.
Un olor que se le antojaba a golondrinas.
La tarde de diciembre, conforme cae el sol, se está tornando de hielo.
El viento azota los edificios, silba en las ventanas, desmiga cornisas, doblega las ramas de los árboles con una fuerza bíblica. Vuela los abrigos de los transeúntes, los sumerge en remolinos de hojas secas, papeles y polvo; les vuela los cabellos, se los enreda, los hace flotar.
Se abraza a sí misma.
Llega con su propio vendaval en las entrañas.
La televisión es una teta grande, tragamos, tragamos lo que nos echa, nos alimenta y ya no necesitamos más.
Los tormentos azules que son sus ojos.
La cerveza es un reloj de arena. Las burbujas, los granos que marcan el ritmo de su desgracia.
Madrid la recibe con mano de huracán, o es su pecho que le sopla tristeza.
Le parece que los árboles silban las preguntas que se amontonan en su cabeza.
El cielo parece de cristal.
Acaricia la cubierta del libro, lo abre con reverencia, lo huele; así le da la bienvenida a su vida, lo incorpora a ella.
Siente vértigo en las entrañas. El pulso se le desboca, el latido en todo su cuerpo.
Una niebla helada acaba de instalarse en su pecho.
Está rígida. De pronto, se ha convertido en plomo, en hielo.
Tiene en el pecho una caracola gigante que la oprime.
Tiene una hoguera en las entrañas. Va a explotar. Es una supernova, un big bang que crea otra galaxia. (...) Siente volar cometas con colas estrelladas a la velocidad de la luz, lluvia de asteroides, choque de planetas.
Las golondrinas se fueron a anidar a otra parte, a otra primavera.
El olor a sal le encrespa el cabello, que toma vida propia y se expande como una aureola de fuego.
Sobre su fachada blanca se desvanecen los rayos del mediodía.
Tánger es una caracola que se cierne sobre sí misma.
¿Necesitamos salvar a otros para calmar nuestras conciencias, para encontrar el camino que nos permita vivir en paz?
El invierno interminable que convertía los huesos en un esqueleto de hielo.
La vida se presentaba tan sólo como un discurrir marcado por el nacimiento.
Hay que arriesgarse y sufrir para salvar a otros.
La fealdad asusta y atrae.
Ser más listos y educados hizo que hubiera ricos y pobres.
Unos ojos vivos, negros también, que desnudaban el alma.
Aquellos ojos formaban un ser aparte del que los contenía.
La placidez residía en el ángulo que formaban sus muslos.
La rabia me dolía en la garganta.
Me muero en esta casa con sombra de ciprés que aletea sobre nuestro matrimonio, día y noche, como si sólo nos quedase esperar dos paladas de tierra.
Imagina una puerta que se le abre en el pecho y una escalera de caracol que desciende y desciende por su corazón.
El relente de la noche se le cuela por la puerta del corazón.
Siente un portazo en el pecho.
Es terrible sentirse solo cuando se tiene cerca a alguien.
Don Quijote se muere cuerdo porque eso le hace humano.
Huele a melancolía en cada rincón perfecto.
La vejez se ha abierto paso en un rostro que aún es hermoso.
El pelo indomable a todas horas por el clamor del mar.
Camina sobre sus latidos.
Los ojos le brillan con un resplandor impropio de su edad, sin rastro del halo turbio que acompaña a la vejez.
Se le enreda la voz en la garganta.
El silencio del alba le recordaba a la soledad de la guerra.
La cama estaba fría, como si ya se hubiera marchado para siempre.
Me asustaba la idea de convertirme en una reliquia antes de que me llegara la hora de morirme.
Penélope me pareció la mujer más inteligente que había dado la mitología. Ella tejía y destejía para evitar elegir un pretendiente que no fuera su esposo, a quien aguardaba con toda la paciencia y el sufrimiento contenido que cabía esperar de una mujer, qué mejor ardid que una labor tan femenina.
Los mundos tan diferentes que se acercan en la infancia están destinados a separarse cuando crecen.
Le soñaba antes de dormir con esa nueva voz que parecía tallada en roca.
Cuanto más imposible era para el mundo, más posible lo era para mi imaginación atormentada por el aburrimiento.
La fiebre de la vigilia.
Sus dientes lunares.
Burlas del destino, que siempre es circular.
La idea de que venía a raptarme el día de mi boda me dejaba en la boca un sabor a especias.
Embarcaba en un gran buque, cuya sirena desbarataba el mundo.
El horizonte parecía de ceniza.
Los muertos tienen ventaja, ya no obrarán mal ni bien.
Cómodos o incómodos vivimos dentro de los límites que nos imponemos y nos imponen, más allá de ellos está lo desconocido. Hay que tener valor para traspasarlos.
Nada de meterte más en la caracola de otros, tienes que encontrar tu propia caracola.
Mira adentro. Baja por la escalera del corazón hasta el fondo del castillo.
Amanece nublado. Tánger se difumina en un baño de vapor.
Su mano es una araña que recorre el bolso.
En su pecho hay olas de varios metros, lluvia torrencial, truenos.
Me contempló con esos ojos negros que vivían por sí mismos.
La vida valía menos que el agua del mar y se escapaba como en un colador.
Los soldados no deberían tener conciencia, así sería más fácil.
Sus movimientos habían desembocado a lo largo de la noche en una melancolía misteriosa.
Tenía una voz evocadora, rota, que atravesaba la piel.
Olfateaba la vida que surgía entre nosotros.
La humedad hace astillas los huesos.
La creación puede transformar.
El artista ha de crear la vida, no copiarla.
El cielo con una hendidura entre las nubes. En el horizonte, el Estrecho, una lámina de acero.
Las nubes formaban abanicos blancos.
Su mirada traspasaba la piel, los huesos.
Me he apeado de dar vueltas por el mundo, me cueste lo que me cueste, tú eres mi brújula, mi norte.
Un hielo fantasmal le envolvía por completo.
Los labios se le ponían de nieve.
Tenía una tendencia a fabular la vida, a dotarla de la magia extraordinaria de los cuentos, como si sólo a través de ellos pudiéramos entender su verdadero sentido. Como si sólo pudiéramos soportar la vida gracias a la existencia de las historias.
Creció en un mundo sensible donde la belleza dominaba al mundo real.
Estaba en una edad frutal.
Eran muchos los mutilados que había en esos tiempos, estigmas de la guerra que habían de lucirse como una medalla o un calvario toda la vida.
Un río helado descendía por mi espalda.
Sentí una rabia y una desolación que me convertía en agua.
Las calles se nublaban a mi paso, las casas se deformaban en su blanco perfecto, las personas no eran más que sombras.
Se había levantado un frío metálico de diciembre que se deslizaba hasta los huesos.
Caminaba como si ya estuviera embarcado en el viento que se lo llevaría para siempre.
Parecía más alto, más esbelto, lo que acentuaba la soledad de sus andares.
El viento nos volaba los cabellos y una lluvia fina parecía el principio de un diluvio que se iba a llevar el mundo de un manotazo.
El estómago me tiembla, he olvidado mi nombre, soy una mujer en el viento.
La casa se sumerge de nuevo en su aroma de otro siglo.
Tiene sus ojos negros, inquietantes, ojos que no envejecen, que parecen vivir por sí mismos.
Las pelirrojas son mujeres apasionadas, el rojo del pelo lo llevan en el corazón. En ocasiones oculto, pero una vez que se enciende es imposible apagarlo.
La esperanza es el peor de los males en algunas ocasiones, no permite avanzar.
El cielo parece un riachuelo de niebla.
Llevamos una vida cómoda, perfecta, tan perfecta que es inexistente.
Vivir anestesiado es más fácil que romper con la rutina, por todo lo que ello conlleva. Nuevos riesgos que afrontar.
¿Hasta dónde el arte ha modelado esa materia bruta que es la vida real? ¿Dónde empieza y termina la ficción?
El corazón le late en todo su cuerpo.
Siente fuego en la garganta.
El Estrecho parece un plato azul.
Aquel paraje desierto huele a la nostalgia del mar.
Las nubes han sido pulverizadas por una luz cegadora.
Busca fuerzas en un azul de invierno.
La playa amortigua sus pasos de fantasma. De espejismo en el horizonte.
El silencio está vivo.
El tiempo se ha disuelto en la espuma del mar.
Su respiración es cavernosa.
El cabello le huele a sombra.
El cielo deshilachado en fuego.
Siente un soplo frío, una corriente de puerta abierta que de pronto desaparece.
Se adentra en la cinta de ceniza que corre pareja al mar.
Se ha acostumbrado al tedio que proporciona la seguridad, cómoda en un dolor con el que se aprende a convivir.
En el cielo comienza la congestión del amanecer.
No se atreve a romper lo que parece sellado por el secreto, por el silencio.
Por su pecho se nota que ha pasado el tiempo. Que fue firme y ahora se mantiene en pie a base de nostalgia.
Lívida en su belleza como una atracción de circo.
Siente el viento en su estómago.
¿Cuántas casualidades hay en la vida que jamás se permitirían en la literatura?
La vida imita al arte y no el arte a la vida.
La vida debe imitar al arte, hagamos arte entonces para que cobre vida.
El cielo parece de harina en esa mañana cálida de diciembre. Ni un rayo de sol consigue filtrarse a través de su sombra.
Tus ojos delataban lo que escondías, porque ellos nunca pudieron mentir.
La felicidad ciega.
Volaste en el levante furioso.
Vuelve a pintar la vida.
Es el frío del miedo lo que la atenaza y la paraliza.
El silencio de las olas que baten contra las rocas.
El alma humana a veces es impredecible.
Respira buscando hasta la última brizna de aire en los pulmones.
La literatura siempre se anticipa a la vida.
El ser humano siempre se repite. Mata por despecho, para quitarse de en medio lo que le estorba en sus deseos.
Hay cosas que cuando se ponen en marcha no tienen vuelta atrás.
Las personas afrontan retos extraordinarios.