lunes, 15 de diciembre de 2025

Sara Mesa: OPOSICIÓN

Que haya muchas cosas inventadas no significa que este relato no esté absolutamente cargado de verdad. 

Era una mañana fría de invierno, apenas había amanecido, la luz me hizo pensar en la textura porosa de la cera. 

Parecía joven, aunque algo muy viejo se escondía tras su voz. 

Sus ojos carecían de brillo. 

Resoplaba por el esfuerzo, con la cara tan roja como un filete crudo. 

Me miré en el espejo. Mi cara pálida y hambrienta, interrogante. Como si me hubieran recortado de otro sitio y pegado ahí, sin más formalidades. 

Las conversaciones sobrevolaban el espacio formando un gran tumulto. Era complicado destrenzarlas y sacar algo en claro, como cuando un collar se enreda y hay que dedicar mucha paciencia para desenredarlo.

Lo que pude ver dentro fueron las cuatro cosas típicas de un despacho, la mesa, el sillón, el perchero, un armario, todo muy limpio y ordenado, pero también fantasmal, como si los objetos, deformados por los gránulos del cristal, soportaran una lluvia que solo caía ahí dentro, en ese rectángulo. 

Eran papeles antiguos y olían a perro mojado. 

Nuestro diálogo fue lento, como si se nos estuvieran gastando las pilas. Las palabras no eran precisas. Más bien eran aproximativas, rondaban en torno a algo sin nombrarlo. 

Su voz sonaba ronca, lejanísima. 

Él levantó una mano en señal de despedida. La movió como un pañuelo que no pesara nada. 

Aquel señor mayor con cuerpo de pera. 

Tenía la piel verdosa, como si le hubiesen envenenado. 

Las lluvias daban paso a un sol arrogante que picaba. 

Murmuró con su voz arenosa. 

Su expresión era rara, todo en él era raro, como si estuviera ligeramente desplazado del lugar que ocupaba. 

Siempre había creído que las cosas se hacían una detrás de otra hasta acabar, y ahí no encontraba esa continuidad. 

A pesar de su edad, tenía un aire infantil, como de niño perdido en mitad de un supermercado. 

Lo único visible es la ausencia. 

Nos habíamos detenido bajo la sombra de un magnolio. Las hojas sombrearon nuestras caras, nuestras ropas. Un estampado móvil, preveraniego. 

Realizar era mejor que hacer y recepcionar mejor que recibir. Los problemas eran problemáticas; las personas, sujetos. Indicar era mejor que poner, cumplimentar mejor que rellenar. Los informes se emitían, de las reuniones emanaban decisiones. Los informes comenzaban siempre con un relato de los antecedentes, que se repetían al comienzo de cada apartado; cuanto más se repetían —o todavía mejor, se reiteraban—, más largo era el informe y, por tanto, más riguroso. Con el fin de no reiterar palabras sin ton ni son, se usaban las expresiones el mismo y la misma. Implementar era mejor que poner en marcha y los cambios se denominaban —no llamaban— transformaciones. Si algo tardaba en llegar era porque había sufrido una demora; incrementar y reducir se prefería a aumentar o disminuir y preferible era mejor que mejor. Los dineros eran las partidas. Si las partidas no se habían incrementado, se hablaba de crecimiento cero; si se reducían también crecían, pero era un crecimiento negativo. Dar privilegios era priorizar. A la capacidad de aguante se la llamaba resiliencia. Los informes estaban motivados y sustentados. Los problemas nunca se estancaban, se debatían eternamente en paneles formativos con la participación de agentes implicados. Si la cosa iba en serio, se montaba un observatorio que publicaba boletines. Complejizar sonaba aceptable, mucho mejor que dificultar, que sonaba fatal. Los sufijos valían para dar lustre y por eso se inventaban términos como asistenciación o exclusionamiento. Las palabras esdrújulas eran muy apreciadas, todos los diagnósticos, estándares y parámetros eran bienvenidos, y las mayúsculas dignificaban conceptos problemáticos como Zonas de Transformación Social o Itinerarios de Inserción. 

Sus ojos irradiaban placer y excitación, descubrí en ellos unas vetas color miel que nunca le había visto, un matiz manso y entregado, como si yo ya formara parte de su mundo más íntimo. 

Lagartijas que se ocultaban como relámpagos a mi paso. 

Nubes pesadas, fanfarronas, que amagaban con estallar pero no estallaban. 

De la anomalía y el atajo nunca puede salir nada bueno. 

Un chorro de luz me golpeó la cara inesperadamente, como si saliera de un túnel después de haber pasado meses y meses excavando bajo tierra. 

El sol encharcaba las losas de cemento, refulgía marcando la humedad en las junturas. 

Mi malestar era como un saco de arena en el fondo del estómago, denso y mediocre.

El cielo se tiñó de un tormentoso color mandarina. 

Las primeras señales nunca se ven, solo se perciben como anomalías. 

Me observaba como a través de un cristal, con las pupilas dilatadas y opacas. 

Sus ojos eran negros como la tinta, grandes pero incompletos, parecía que se le hubieran caído las pestañas.

Estaba clavado en el suelo con la vista baja y todavía unos restos de sonrisa coleando, como si alguien le obligara a estar ahí, a hacer o decir algo que de pronto había olvidado. 

La vida creativa es la única vida posible. 

Una parte de mí se había desgajado irremediablemente de mis actos. Si existía un centro desde el que mirar, yo ya lo había perdido por completo. Hiciera lo que hiciera, un cachito de mí siempre quedaba al margen, abucheando, sugiriéndome insidiosas alternativas, todas contradictorias. 

Cuando deformaba las palabras no era para construir algo nuevo, sino para eludir su significado y desnaturalizarlas. Como un modo de verlas desde fuera sin implicarme, de no apropiármelas. Como crear una forma verbal nueva: la cuarta persona del singular. Ni yo ni tú ni ella, sino alguien más allá que pudiera observarlo todo en la distancia sin tener por qué formar parte de lo dicho. 

Su cabeza estaba como en equilibrio sobre el cuello. 

Tenía miedo a que la monotonía se convirtiera en costumbre y después en necesidad. 

No podía olvidar el momento de quiebra por el que las dos habíamos pasado. Como si hubiésemos bajado juntas a un lugar prohibido, hubiésemos abierto la puerta y luego, asustadas por nuestra osadía, hubiéramos vuelto otra vez a la superficie, fingiendo no haber visto nada. 

Sonreía como cuando se me quemaba la cara por el sol, con tirantez. 

El aire, de un inexplicable color verdoso, recordaba al agua de una pecera, con sus extrañas cositas flotantes. 

La misma luz intensa y preorgásmica. 

No era una sensación desagradable. Más bien un letargo en el que no me importaba acurrucarme, como cuando se tiene mucho sueño. 

Se quitó las gafas. Con los ojos desnudos tenía una expresión más joven, más ingenua, también más desvalida. 

Una verdad envuelta en mentiras nunca es una verdad. 

Expuso en tono amable pero también paternalista, como quien le promete a una niña planes que sabe de sobra que no cumplirá. 

Una madre es indulgente por naturaleza. 

Era una mujer ridícula e inocente, pomposa y buena, cálida y posesiva, de la que era muy fácil reírse y de la que, al mismo tiempo, debería ser un delito reírse. Cómo podía ser tan fácil cometer ese delito resultaba una paradoja casi cruel. 

El bigote tan tupido que daban ganas de pegarle un tirón para comprobar que no era de mentira. 

La mera idea de responderle me producía una pereza cósmica. 

Un fluorescente de techo parpadeaba, generando un chasquido que en esa situación me sonó como un aplauso. 

Un montacargas descendió por mi columna vertebral y se me encajó en la pelvis con un golpe seco. 

El aire se volvió incandescente. Una electricidad rápida y fugaz. Chispeante y gatuna. 

Su aspecto era áspero, ordinario.

Agota Kristof: CLAUS Y LUCAS

El trabajo es pesado, pero mirar sin hacer nada a alguien que trabaja es mucho más pesado aún, sobre todo si es un viejo. 

Llorar no sirve de nada. 

Da igual si es cierto o falso. Lo esencial es la calumnia. A la gente le encanta el escándalo. 

 

—Tú, cierra el pico. Las mujeres no han visto nada de la guerra. 

La mujer dice: 

—¿Qué no hemos visto nada? ¡Imbécil! Nosotras hacemos todo el trabajo, tenemos todas las preocupaciones: alimentar a los niños, cuidar a los heridos... Vosotros, una vez que acaba la guerra, sois todos unos héroes. Muertos: héroes. Supervivientes: héroes. Mutilados: héroes. Y por eso habéis inventado la guerra vosotros, los hombres. Es vuestra guerra. Vosotros la habéis querido, ¡así que hacedla, héroes de mierda!

 

Me he quedado aquí echada sin comer, sin beber, yo no sé desde hace cuánto tiempo. Y la muerte no viene. Cuando la llamas, nunca viene. Se divierte torturándonos. La llamo desde hace años y me ignora. 

Es más fácil dar que aceptar. El orgullo es un pecado. 

A las mujeres les gustan los hombres tristes. 

Los muertos no están en ninguna parte y están en todas partes. 

El verano es espantoso. En verano, la muerte está mucho más cerca. Todo se seca, se sofoca, se inmoviliza. 

Todo ser humano ha nacido para escribir un libro, solo para eso. Un libro genial o un libro mediocre, da igual, pero el que no escriba nada es un ser malogrado, que ha pasado por la tierra sin dejar ninguna huella. 

Escribir es lo más importante. 

La vida es así. Con el paso del tiempo, todo se borra. Los recuerdos se difuminan, el dolor disminuye. Yo me acuerdo de mi mujer como uno se acuerda de un pájaro, de una flor. 

Uno se embarca en cualquier cosa en cualquier momento y con quien quiere, si quiere de verdad. 

Las heridas físicas no tienen importancia cuando las recibo yo. Pero si tuviera que infligirle yo una a alguien, se convertiría en otro tipo de herida para mí, que no sé si podría soportar. 

El lugar ideal para dormir es la tumba de alguien a quien se ha amado. 

Hay vidas más tristes que el más triste de todos los libros. 

Por muy triste que sea un libro, nunca puede ser tan triste como la vida. 

El cielo se cubre de color naranja, amarillo, violeta, rojo y otros colores que no tienen nombre. 

Si uno piensa, le resulta imposible amar la vida. 

Los niños dan muchas alegrías. No me imagino la vida sin ellos. 

Ahora ya soy bastante mayor para saber la verdad. Hacerse preguntas es peor que saberlo todo. 

La vida es de una futilidad absoluta, no tiene sentido, es una aberración, un sufrimiento infinito, un invento de un No-Dios cuya maldad rebasa la comprensión. 

lunes, 8 de diciembre de 2025

Javier Cascón Coca: AMEN SIN TILDE

Cada decisión en la vida tiene un coste de oportunidad.

La verdadera libertad conlleva compromiso e implicación. 

Es necesaria la implicación en la vida para ser feliz, aunque esta traiga consigo rozaduras y choques de vez en cuando. 

Nos pasamos gran parte de nuestras vidas diciendo que esto ya lo haremos cuando tengamos tiempo o cuando tengamos estabilidad, pero hay cosas que hay que hacerlas ya. En el ahora. Tal y como estés. Sólo así se alcanza la libertad. 

Las redes sociales son la liturgia de los pueblos sin liturgia y los influencers son los que dirigen el culto. Empiezan por un culto a sí mismos y continúan recibiendo alabanzas y halagos por parte de sus feligreses que reaccionan a cada historia y publicación. 

Las personas mayores nos recuerdan el valor de la humildad, toda la energía y belleza de años de juventud se han esfumado. Lo que queda es lo esencial, el carácter y la forma de ser. Es como si se retirase la cáscara de un fruto. 

De miedo están hechas las cadenas más pesadas y consiguen que miles de personas vivan atadas al suelo cuando nacieron para volar.

domingo, 19 de octubre de 2025

Begoña Chorques Fuster: SOLO UNA. QUE SI NO LLEGARÉ TARDE

Somos criaturas del azar en manos del capricho de las horas. 

Debían de ser las diez y media pasadas y el pueblo aún se restregaba los ojos un poco adormecido. 

Los niños tienen esa capacidad de concentrarse en lo que están haciendo de manera que ya nada más existe a su alrededor. 

La hiel ya rebosa en al boca porque se ha instalado en la saliva. 

Hay acontecimientos tan profundos que, hasta que todos aquellos que los recuerdan no han desaparecido, no se pueden considerar superados. 

Los recuerdos se habían convertido en fotogramas de ficción y confundía lo vivido con lo imaginado. 

Vivía sin vivir, sentía la muerte sin poder sentir su paz. 

Las guerras, sobre todo, aniquilan las conciencias de quienes pierden la dignidad y el respeto por sí mismos. 

El terror se clavaba en su interior como una angustia inconcebible. 

No podía dejar de contemplar la muerte como la única liberación posible, como la única posibilidad de lograr aquella paz que anhelaba desde hacía tantos años, una paz que se le negaba, que le acechaba como un bien inasumible, como una necesidad que le era negada siempre. 

Hay fechas que quedan marcadas en nuestra biografía de una manera tan dolorosa que solo la sombra del recuerdo atiza el desconsuelo. 

Cuando el compañero de vida se va, nos quedamos como animales desconcertados. 

La falta de fe y piedad nos pierde siempre. 

Toda redención necesita su Judas. 

Nadie elige el lugar donde nace pero este hecho marca circunstancias fundamentales de la vida. 

Todas las bombas son criminales. 

La guerra enloquece a los hombres. 

Una voz blanca y luminosa como la nieve. 

Para que unos nazcan, otros tienen que morir. 

A veces olvidamos cuánto veneno esconde el aguijón de un escorpión. 

La práctica hace maestros. 

¿Será el instinto de supervivencia tan animal lo que nos lleva a hacer bromas con las tragedias más insoportables?

Nuestra miseria es como una maroma que arrastra nuestra tranquilidad y devora nuestro estómago.

¡Qué difícil es calcular la duración de los meses cuando eres un niño!

Eran jornadas que parecían carreras de lo largas que eran. 

La esperanza es peligrosa porque insufla confianza en el porvenir. Pero la lucha animal por la supervivencia provoca que irracionalmente continúes adelante.

La casualidad nos reserva papeles funestos en acontecimientos que nunca hubiéramos querido vivir. 

La muerte es el gran misterio mientras estás vivo. 

Huir del infortunio a veces te hace tropezar con una desgracia mayor. 

Los relatos históricos a veces son tan crueles como las propias circunstancias. 

La frontera entre la realidad y la ficción es vaporosa muy a menudo. 

Tenía en el pecho el deseo, como un anhelo, de meterse en casa como la carcoma.

Con la palabra, que todo lo hace posible, haremos de lo que no fue, pero podría haber sido, un fue.  

domingo, 5 de octubre de 2025

Freida McFadden: LA ASISTENTA

Sus ojos son como dos lagunas.

Me aproximo intentando no caminar como si fuera una condenada a muerte. 

Sus pisadas resuenan como disparos en la silenciosa sala. 

jueves, 28 de noviembre de 2024

Nina Lykke: ESTADO DEL MALESTAR

La verdad es aburrida. 

Me irrita que haya tenido que vivir en este mundo durante más de medio siglo antes de darme cuenta de que lo mejor y lo más efectivo de todo es dejar de decir o de hacer lo que sea. 

Llega la amenaza, como un gusano que se asoma por su agujero y vuelve la cabeza hacia la luz. 

Estar hasta las narices es un mal común, pero le ponemos nombres más complejos para poder vivir con ello. 

Cuando se tiene algo que esconder, merece la pena ceñirse lo más posible a la verdad. 

El humor es importante.

Por dentro siempre estamos sonriendo. 

Ya he pasado los cincuenta y, aún así, he vuelto a esta vieja rebeldía infantil, como si una parte adolescente de mí hubiera estado durmiendo en alguna parte y ahora se hubiera despertado y hubiera devorado a la parte adulta de un solo bocado. 

Si un hombre y una mujer se comportan de la misma manera, la mujer parecerá más enfadada, por lo que, para compensar, las mujeres tenemos que sonreír y asentir con la cabeza más que los hombres.  

El cuerpo es la jaula en la que vivimos y, de vez en cuando, sin que sepamos por qué, sacudimos los barrotes y la jaula se tambalea. 

Por suerte, los médicos nunca van al médico. 

El encanto, el atractivo, la suerte, la mala suerte y el sufrimiento no están repartidos de forma equilibrada entre la población. 

Los que más necesitan, a menudo son los que menos reciben. 

La muerte puede ser un baño purificador, las enfermedades terminales nos hacen levantar la vista y mirar mejor las cosas, así que por qué no utilizar este truco cuando la gente está sana, por qué usarlo justo antes y después de que alguien muera, por qué no en la vida saludable y cotidiana. 

En un entierro, todo está sublimado, en un entierro no hay cabida para asuntos menores como el olor a humedad o unos ojos que miran fijamente. 

En el silencio surgen las preguntas. 

Todo el mundo tiene un punto débil, un punto ciego, un ángulo muerto, una zona sin vigilancia. Una zona que no sabemos que existe hasta que alguien la encuentra y entonces ya es demasiado tarde. 

Recibí un mensaje: hola  Así, sin punto ni nada. Me quedé mirando esa palabrita sin voluntad de nada ni un objetivo claro, y la sentí como una pesada garra que se apoyaba sobre mi hombro. 

Hacemos como que nos preocupamos por algo que nos da lo mismo y fingimos no preocuparnos por algo que sí nos importa. 

Me dolía la mandíbula, me dolía el cerebro, me dolía el alma y sentí una urticaria interna, como si contuviera una masa de seres vivos, cada uno de ellos con una voluntad y una personalidad propias. Y al mismo tiempo que estaba llena hasta el borde de voces y zumbidos, sentía la corriente de aire que existía entre cada uno de los electrones de mi cuerpo. 

No sabía que vivía en tiempos de inocencia, igual que los antiguos no sabían que vivían en la antigüedad. 

Las personas sólo consiguen reprimir sus pasiones si sus pasiones no son tan fuertes. Si las pasiones tienen la fuerza suficiente, entonces no hay elección posible. 

Cuando los jóvenes lloran se ponen aún más guapos. 

Las raras veces que yo lloro, parece que alguien haya usado mi cara para limpiar un suelo de hormigón. 

Nadie se escapa a los cambios constantes que son la base de la vida. 

A veces puede parecer que somos personas distintas en distintos momentos del día, personas que luchan unas con otras con el tiempo como campo de batalla. 

Tengo la sensación de le que le debo algo al mundo, ya sea atención, dinero o cosas materiales, y que en alguna parte alguien lleva las cuentas de todo esto y a mí siempre me sale a pagar. 

Mi madre pensaba que todos los refranes eran ciertos y que si no estabas de acuerdo era que no habías vivido lo suficiente. 

Nada es para siempre. 

Hay que tener cuidado con esa vanidad que se disfraza de necesidad de ayudar a los demás. Es vital cuidarse de la vanidad. Si se quiere estar bien con uno mismo, la vanidad es lo primero de lo que hay que deshacerse. Una vez libre de ella, se es libre del todo. Pero la vanidad es astuta y se da buena maña en esconderse y después se esconde un poco más y luego un poco más todavía. A menudo incluso ni se molesta en esconderse. 

El cuerpo es como un bebé que grita y nadie sabe por qué. 

Aguantamos más de lo que creemos. 

Nunca he conocido a personas corrientes, criaturas simples, personas promedio, personas formato A4. Cada uno tiene una historia y una capacidad propia e individual para enroscarse en sus propias complejidades. No existen las criaturas simples. 

Nadie tiene una sensibilidad especial. Todo el mundo es sensible, todo el mundo vibra y tiembla de emoción todo el día, la diferencia está en la capacidad de esconderlo o pasarlo por alto, eso es todo. 

Más tarde o más temprano se llega a un punto en el que no se encuentran respuestas ni caminos que seguir. Por más que piense y medite y me observe a mí misma, siempre hay algo más, muy dentro, que no consigo alcanzar y que no se puede explicar. 

Ójala tuviera un poco de cáncer. Lo justo para verle la cara a la muerte, sentir su gélido aliento. El cáncer suficiente para alegrarme de estar vivo y valorar la vida cotidiana y los pequeños detalles. 

Si algo se envuelve bien, el contenido no importa. 

La mayoría de las dolencias tienen un origen mental. El desgaste de las rodillas o la cadera son consecuencia del sobrepeso o del exceso de ejercicio, que a su vez se deben a la búsqueda de consuelo en la comida y en el ejercicio, que a su vez provienen de todo tipo de carencias y de anhelos insatisfechos. 

La mayoría de los dolores y de las enfermedades se pasan solos. 

¿Cuáles son las probabilidades que tenemos de estar vivos? Más o menos las mismas que tendríamos de ganar el gordo de la lotería, es decir, casi ninguna. Y sien embargo aquí estamos. Menudo milagro y menuda maquinaria increíble es el cuerpo humano. 

Si ajustáramos nuestras expectativas al nivel de 1947, por no decir el de 1927, no necesitaríamos ni la mitad de los médicos que creemos que necesitamos ahora, y en todas las encuestas la gente respondería que está feliz e indescriptiblemente satisfecha con la vida porque tiene un grifo del que sale agua caliente y fría. 

Cada día que pasa tengo menos claro que tengamos un impulso innato de perseguir la felicidad y la alegría y el placer. Sospecho que lo que buscamos es algo completamente distinto y que no tiene por qué ser especialmente agradable. Incluso puede acarrearnos más sufrimiento que alegría.

Estamos preparados para una vida que consiste en dar caza a los animales que están por debajo de nosotros en la cadena trófica y huir de los que están por encima, y tal vez tengamos la necesidad innata de buscar fricciones, contradicciones, dificultades. Algo que echar en falta, algo que anhelar, algo que desear. Algo sobre lo que cerrar las fauces para después apretar con todas nuestras fuerzas. 

La intranquilidad y la neurosis no son excepciones ni enfermedades, sino nuestro estado más básico, porque si tuviéramos la capacidad natural e innata para vivir en armonía aquí y ahora, nuestros antepasados habrían sido devorados y exterminados antes de conseguir salir reptando del mar. Estamos aquí porque descendemos de una lista interminable de neuróticos inquietos que no se rindieron, que a base de ensayo y error y fracasos y angustia y noches sin dormir descubrieron cómo conseguir que sus hijos sobrevivieran y cómo defenderse de los animales salvajes. No estamos aquí para divertirnos, y quienes no comprendieron esto y se sentaron tranquilamente a descansar, sin prestar atención a los peligros y sin prepararse para evitar ataques o accidentes, murieron sin poder terminar de reírse y mucho menos de reproducirse. Estamos aquí porque nuestros antepasados consiguieron reproducirse antes de morir asesinados o de hambre, y lo consiguieron porque fueron lo suficientemente inteligentes para descubrir a los depredadores que se escondían entre la hierba en lugar de disfrutar de las bellas flores que crecían entre esa misma hierba. Descendemos de neuróticos como ellos y a ellos tenemos que agradecerles nuestra existencia. 

Esta creencia de que la ayuda es infinita es como un virus, una especie de epidemia, una peste. La prosperidad ha aumentado y con ella las expectativas generales, también las que tienen que ver con la salud, y la tarea de los médicos de cabecera es limitar esa peste, bajar la fiebre por la salud, ser los salvadores del estado del bienestar, acabar con todo eso de una vez por todas y mandarlos a casa. 

Nos pasamos la vida fingiendo que somos inmortales e invulnerables, pero bajo la piel nos corre la sangre y siempre hay posibilidades de que ocurra una catástrofe. En cuestión de minutos, de segundos, todo se puede derrumbar, nadie está seguro en esta vida cotidiana que creemos que está grabada en piedra, pero que en realidad está escrita en la arena y enseguida llegará el tsunami. En la distancia, la ola parece insignificante e inofensiva. Hasta que no se alza sobre ti no te das cuenta delo enorme que es, pero entonces ya es demasiado tarde. 

Un mundo entero de hechos y sucesos turbios que ocurren y, además, casi con regularidad, año tras año, al margen de la lógica y la productividad. Una dimensión propia que la mayor parte del tiempo está oculta, pero que de vez en cuando se asoma y podemos vislumbrar el caos, los deseos erróneos y todo lo demás, todo lo irracional y lo misterioso de lo que también hay un germen en nosotros mismos, pero no podemos soportar la idea de enfrentarnos a ello y, por tanto, lo enterramos bajo una gruesa capa de humor, comida, alcohol, internet, deporte, dinero, obras, propiedades inmobiliarias, trabajo doméstico y miles de otras distracciones. 

En ciertas condiciones, el caos se puede desatar y destruir todo a su paso y, cuando ocurre, hay muchas más cosas que hacer que esperar a que arrase con todo. 

Creemos que si conseguimos lo que queremos, todo saldrá bien. Esa es la vela y el lastre de la humanidad. 

Tu risa me desinfla. Cuando todo es absurdo, crea una especie de embudo por el que todo se resbala hasta que desaparece. 

Es extraño cómo funciona el cerebro, lo que se le ocurre al parecer a él solo. 

Las redes sociales son como las tarjetas de Navidad que se mandaba la gente en los noventa. Ahora se envían durante todo el año. 

Todas la familias que conozco están llenas de viejos rencores, malentendidos, peleas, rupturas, ajustes de cuentas. Solo hay que escarbar un poco. 

Sonreí tanto que sentía que la cara se me partía en dos. 

Solo se desea lo que no se tiene. 

Así es como funciona el deseo. Solo habita en el anhelo y la nostalgia. En cuanto el objeto del deseo está al alcance de la mano, se deja de desearlo. Es una ley física en la línea de la fuerza de la gravedad. Es sencillamente imposible desear algo que ya se tiene. 

Con la buena intención lo tapamos todo y decoramos la realidad para que encaje en lo que idealmente creemos que tendría que ser. 

Cumple con tus obligaciones, exige tus derechos. 

No se puede tenerlo todo siempre. 

No creo en los fantasmas ni en los ángeles ni en la homeopatía ni en que se pueda hablar con los muertos. Pero creo en la intuición y en la previsión. El inconsciente elige y desecha entre el alboroto constante que nos rodea, y nos muestra lo que en el fondo sabemos, pero no nos atrevemos a reconocer. Trocitos de información en apariencia sin sentido se pueden almacenar en los pliegues y en los huecos del cerebro y pueden fermentar allí. Una respuesta en una película, una frase de la mesa de al lado en una cafetería, algo que circula por internet, un paciente que dice algo al salir por la puerta. Frases e imágenes aisladas se nos quedan grabadas sin nada más en común, aparte de que no nos las podemos sacar de la cabeza. 

Los cuerpos viejos vibran y tiemblan cuando la pasión se abre paso por las rendijas.

Las reacciones exageradas siempre se acaban desvaneciendo, sencillamente porque lo que el organismo consigue soportar de una vez es limitado. 

Los mayores no toleran que los apresuren. 

Todos los oficios deberían tener uniforme, aunque solo fuera por la satisfacción que se siente al quitárselo. 

Lo que nos controla son los detalles. Los detalles microscópicos nos guían y nos sostienen y nos derriban. Como cuando una le manda a alguien una solicitud de amistad sin querer o le envía un mensaje a la persona equivocada y entonces le cambia la vida de repente. 

Creemos que podemos prever cómo vamos a reaccionar en distintas situaciones. 

La mayor parte del tiempo, la mayoría de la gente se esfuerza por hacer el bien. Si una plaga, una bacteria maligna o un virus mortal comienza a moverse, los glóbulos blancos y las bacterias benignas acudirán para hacerles frente, tanto en el cuerpo humano como en la sociedad. Y es tan poco frecuente que alguien se salga de lo establecido, que se habla de ello en los periódicos o la policía lo pone en Twitter. 

Detrás de todas las noticias de violencia y destrucción hay un consuelo: si fuera algo cotidiano, no se escribiría sobre ello. 

La gente hace lo que puede, y ese tipo de gente es la que más abunda. Por cada individuo que amenaza a otro con un cuchillo y prende fuego a un edificio hay cien ciudadanos que pagan impuestos y salvarían a la cerillera del cuento de Andersen. Eso es Dios, porque si Dios existe en algún lugar ha de ser aquí, en la imparable lucha cotidiana. 

Fantaseaba con ser tan pequeñita que le cupiera en el bolsillo de la camisa y pudiera acostarme y dormir y estar calentita y escuchar los latidos de su corazón día y noche. 

No soy de esas personas que les niega a sus semejantes algo que les hace felices. 

Pienso que las conversaciones insustanciales son las más difíciles de todas. Todo lo que decimos sin pensar. Qué tal, me alegro de verte, cuánto tiempo, hasta luego, buen fin de semana, que tengas un buen día, feliz Navidad, feliz Año Nuevo, que aproveche, buen viaje, enhorabuena, te acompaño en el sentimiento, qué buen día hace hoy, que en realidad solo significa: "Vengo en son de paz. No tengo planes de asesinarte, devorarte, robarte tus pertenencias o secuestrar a tus seres queridos". El objetivo es aceptarse los unos a los otros, templar un poco los ánimos.

Lo mejor de las frases hechas y de las conversaciones insulsas es que te puedes esconder tras ellas. 

Las mujeres especialmente deberíamos frenar ese impulso constante de cuidar a los demás, que a veces no es bueno para ninguna de las partes. 

Sus palabras se disuelven y se convierten en una especie de trinos monótonos que me pican y me hacen cosquillas en los oídos. 

Ni una pregunta, ni un comentario ni una palabra. Cuánta falta hace este tipo de cuidados, qué exceso de conversaciones hay por todas partes. 

El tiempo todo lo cura. 

Los dementes no saben dónde acaban ellos y dónde empieza el mundo. 

Mi madre parece una rama gris, brillante y seca a la que se le han caído la corteza y las hojas por las mareas y el paso de las estaciones. 

Para un martillo todo son clavos. Para un ortopeda todo son roturas. 

Todas las nociones que arrastramos sobre cómo deberían ser las cosas se van acumulando y nos vuelven cada vez más pesados. 

Estas máquinas en las que nos movemos, a las que no sabemos cómo hemos llegado y de las que no sabemos cómo saldremos. Quién o qué se ocupa de que el corazón lata y las uñas crezcan, y quién o qué ha decidido que todo esto tenga un comienzo y que un día vaya a terminar. 

Cuántas veces hay que repetir un gesto para que se fije en la estructura ósea. 

Una de las ventajas de la demencia es que no hay que pensar en qué decir. 

Nosotros, que estamos sanos y ágiles, queremos que los viejos vivan una vida lo más parecida a la nuestra, que duerman y coman y se muevan, porque no perdemos la esperanza de que se pueda luchar contra la vejez, que la decadencia pueda frenarse. Pero no sabemos cómo es ser ellos y el día que lo sepamos será demasiado tarde.

lunes, 4 de noviembre de 2024

Sara Mesa: MALA LETRA

En la distancia, la conversación era un murmullo ininteligible, como un zumbar de abejas. 

Una voz como salida de una tinaja, grave, poderosa, pétrea. 

Actuaba sin prisa, como si el tiempo también estuviese obligado a amoldarse a su ritmo. 

En la rigidez de su mandíbula había una concentración casi religiosa. 

La mirada ensimismada, como vuelta hacia dentro.  

De la tierra se levantaba una humedad inhóspita. 

Aguardó unos segundos manteniendo el silencio alrededor, áspero, abrupto, como tensado. 

Su sonrisa sobrepasaba la amabilidad con un gesto de íntima satisfacción.

Los ojos inmóviles, sin brillo, como los de un pescado. 

Luego vino el silencio. Un silencio brevísimo y hondo, que enseguida dio paso de nuevo a la confusión, como una respiración alterada. 

El sufrimiento que produce la culpa casi nunca equivale a la dimensión de la tragedia. 

El complejo de culpa no se guía por parámetros racionales: su lógica es intrínseca y está basada en premisas falsas y difícilmente transferibles. 

Todo es demasiado frágil en la vida. Y hay pequeños instantes, epifanías, revelaciones, imágenes que se abren, palabras que se desdoblan. Sucede a veces, y entonces algo se quiebra, y todo cambia. 

Sus ojos estaban tan huecos como los de un animal disecado. 

El cuerpo le dolía con un dolor de siglos. 

Su desnudez no era desvalida, sino amenazante.

Tenía un aliento cavernoso que incluso a él mismo conseguía repugnarle. 

El cielo mostraba sus colores líquidos, adormecidos. 

Llegada una edad, pensar en algo es pensar en el pasado, y el pasado es nada, es poco más que nada. 

Mantenía su mirada de asombro calmado, los ojos legañosos bien abiertos, esa extraña curiosidad vencida que conduce a mirar alrededor aunque sin sorprenderse verdaderamente por nada. 

El mundo sigue latiendo con tranquilidad incluso cuando todo parece acelerarse. El mundo es impasible ante cualquier cosa que suceda, por inusual, horrible o cruel que ésta sea. Visto así, el mundo no tiene mucho que ver, realmente, con nosotros.

Una cabeza abierta como una granada mordida. 

Seguía riéndose para sí mismo, riéndose entre dientes como si masticase con detenimiento su propia risa. 

Los ruidos quedaron en suspenso, agazapados. 

Miraba sus ojos dilatados como canicas, sus ojos que giraban hacia los míos. 

Tenía ojos castaños, grandes y limpios como los de los perros listos. 

Ella me miró desconfiada, con su labio alzado. 

Llevaba los brazos al aire; me recordaron masa de pan cruda. 

Recién ha amanecido y la luz que entra es brumosa, rosada, ligeramente deprimente. 

La vida no es un camino recto. La vida es ante todo un laberinto y es tentador perderse un poco por las afueras, por esos caminillos secundarios que a veces son errores y a veces son aciertos, aunque luego volvamos siempre al centro, con todo lo vivido en las afueras, sin perder el camino de salida, la salida del éxito a ser posible. 

No nos engañemos, hay que probarlo todo pero quedarnos sólo con lo útil. 

Esa sabiduría resentida. 

Las palabras esdrújulas suelen sonar bien. 

Sus diminutos ojos de cristal, tan próximos entre sí, formaban una mueca de contrariedad. 

La escritura como desagüe. Conjuraba el peligro escribiendo sobre el peligro. Dándole forma al horror evitaba la realización del horror.