martes, 16 de diciembre de 2025

Elaine Vilar Madruga: LA TIRANÍA DE LAS MOSCAS

Se hallaba en un limbo, en un lugar intermedio entre la mandíbula de la muerte y la posibilidad remota de la libertad. 

Todo exceso es negativo. 

Hay que ser muy hembra para admitir que los sueños de la maternidad son una utopía. 

Amar a los hijos no es una condición biológica, sino un proceso de aprendizaje que puede verse frustrado ante cualquier circunstancia. 

Las órdenes existen porque hombres como él viven para cumplirlas. 

El poder no se cede. Se gana o se pierde. 

Perder es un sinónimo de desgracia en el lenguaje de la política. 

No todos los días nace un hombre dispuesto a sacrificarse por su tiempo. 

Maldita chiquilla. Maldita juventud. Al parecer, ser joven era sinónimo de estupidez. 

Todos susurran por los rincones y hay un malestar que se respira en el aire, que penetra con su olor a cosa viva en cada diminuto alvéolo de los pulmones. 

Para hablar de amor es preciso haberlo visto desde una tercera persona imparcial, omnisciente, omnisapiente, omnipensante o quizás omnignorante. 

Un amor en secreto es una mezcla agridulce de frustración y de hormonas. 

La felicidad es una forma difusa que aún hoy asocio con el hecho de contemplar a lo que se quiere y ser a la vez contemplada.

Las máscaras son un arma. Y todo hombre inteligente debe tener al menos una. 

Tener consciencia de la rareza individual es un paso hacia la tolerancia familiar. 

Toda gestante, no importa de la especia que sea, se convierte a la larga en un bulto redondo. 

Las preguntas se quedaron en el aire, colgaron como zanahorias. 

Incluso lo que más raro parece, tiene una explicación natural y dialéctica, obediente a las leyes de la naturaleza. 

El mundo exterior se había convertido en una ostra. 

Las personas con espejuelos son las más comunes del mundo. 

No hay nada peor que el sonido de un orgasmo ajeno cuando no se tienen orgasmos propios. 

El silencio de los solitarios y de los culpables, el silencio del hijo que sabe que probar fuerza con su madre es un error duro, de los de peor clase. 

El odio contra la madre, un odio troyano, un odio griego, tan antiguo como clásico. 

No hay nada más asqueroso que un padre que quiere demasiado a sus hijos. 

Mientras más alto se asciende, más rápido se desploma uno. 

Se cree la reserva de toda sabiduría, pero de esa sabiduría reseca, sin humedad, que no sirve para nada excepto como alimento para las polillas. 

Ciegos hay dondequiera que alguien no quiera ver. 

La juventud es un asco. 

La ironía no es una herramienta adecuada para el diálogo. 

La ironía es el condimento fundamental de cualquier conversación entre dos seres pensantes. 

Su tono de gato sarnoso, de gato sin hogar, lleno de mataduras y arañazos. 

Qué aburrido brilla el sol. 

El miedo es la forma más refinada de la soledad. 

El miedo a los ojos ajenos es la forma más depurada de la soledad. 

En la naturaleza, todo es reciclaje. 

El desconocimiento también es poder. 

Cuando se escoge el nombre de un hijo se da tambień una muesra de carácter. 

Somos lo que nombramos. 

El pelo de cualquier criatura no deja de crecer, el proceso ni siquiera se detiene con la muerte, el pelo es lo único vivo que nos acompaña, lo único que prueba la perdurabilidad del concepto vida sobre el concepto de desaparición, no somos tan finitos como han pretendido hacernos creer, otras cosas también florecen en silencio. Es decir, en la categoría de los infrasonidos, las larvas de las moscas crecen en todos lados, por ejemplo, y las propias moscas emiten estallidos cuando cagan sobre las cortinas que protegen las ventanas de los ojos inquietos de los transeúntes. 

Hay protocolos que pierden sentido cuando no suceden en un espacio determinado. 

Son curiosas las moscas. Huelen el conflicto desde la distancia. 

Su cabeza se mueve de un lado a otro como si fuera un inmenso títere de felpa. 

No hay nada en este mundo que la lógica no pueda explicar. 

No hay nada en este mundo que la palabra trauma no pueda cubrir. 

El poder asume fuerzas atípicas, formas que se asemejan a la belleza. 

Los años son inexorables y estamos aquí, en esta tierra, solo para atestiguar cómo el tiempo destruye lo que toca, ya sea una familia, una ilusión o los peldaños del poder. 

Los años corroen y muerden, y no ha de culpárseles porque ese ha sido siempre su propósito, desde que el tiempo se hizo tiempo. 

Un soldado puede permitirse ser débil cuando nadie lo mira. 

No le gustaba vivir aferrado a las migajas de sal de la esperanza. 

Cuando se viven tantos años de carrera militar se aprende a la fuerza la necesidad de ser práctico. 

Belleza y poder eran el perfecto equilibrio en la balanza de la vida. 

Las alianzas no son simples en ninguna historia. 

No hay nada mejor que una pasión a la que se pone frenos, porque es entonces que la pasión se desborda y lo revoluciona todo. 

La gente tiene mala sangre en tiempos de desgracia y disfrutan las caídas ajenas. 

Las leyendas y los mitos que nos cuentan en la infancia son siempre escabrosos. Los adultas se esfuerzan en condimentar las moralejas con agudos pespuntes de terror. Son esas historias las que se quedan grabadas en el genoma de nuestras mentes y que luego no nos dejan dormir. Es irónico que los adultos se pregunten por qué los niños lloran, por qué el insomnio, qué idiotas los padres, es tan claro que sólo un ciego se negaría a ver el coco debajo de la cama, al diablo escondido dentro de los zapatos, o a las mariposas que adquieren vida y escapan de la cárcel del dibujo. 

No hay forma de que un hijo pueda escapar de sus padres ni de los terrores de sus padres. 

Un hombre con bigotes será siempre un hombre de confianza. Y, más que eso, uno con poder. Sería redundante añadir lo siguiente: un hombre con bigotes es capaz de llevar las riendas que controlan la estabilidad de una familia o de un país. 

El ejercicio del amor siempre va acompañado del miedo. Amamos a lo que tememos, y viceversa. 

Alguien que mueve la boca sin que se puedan leer sus palabras es un vencedor y no un vencido. 

Matar no es siempre cómodo. 

La curiosidad es un mérito, aunque hay quien piensa que es también un defecto. 

Los lamentos de un miembro de nuestra propia especie disparan instintos de huida o enfrentamiento. 

Los traumas en la juventud y en la infancia nacen de la falta de sueño. 

Su voz iba cubriéndose de finas capas de frustración, capas brillosas como las del hielo a punto del quiebre. 

En la oscuridad, todos los sonidos se convierten en una manifestación de la náusea o del miedo. 

Ese es el olor de la vejez: el vacío. 

Toda historia necesita de una heroína. 

Ahora podía encoger los hombros y la cintura por el dolor del lumbago, y sentirse viejo, y usar zapatos deportivos o chancletas si quería, ahora existía el mundo de la infinita posibilidad. 

Ya se sabe cómo es la imaginación de la gente, fértil y cabalgante. 

El idioma de los aullidos es una lengua muerta que por desgracia aún todos entendemos. 

Las moscas son animales inteligentes que tienen su propio gobierno sobre las cosas vivas o las muertas, no hay lugar en este mundo que las moscas no controlen, ni piel, ni superficie, ni naturaleza. 

La curiosidad no es ni relativamente buena ni relativamente mala. La curiosidad es infame.

Los susurros de papá eran los de un lagarto. 

Para usar zapatos de tacón se debe ser santa o revolucionaria, no existe un camino intermedio. Hay que tener ovarios para soportar los dedos machucados, los pies convertidos en trizas, y para no permitir que el dolor se te meta en el cerebro como una mosca gorda y plante sus huevos ahí. 

Todo lo que sucedía en el mundo tenía un propósito, pero mamá ya no podía comprender, se había vuelto anciana de repente. 

Sólo sentía vacío, hambre y vacío, la soledad del fracaso que nota el último corredor en una pista cuando todos los otros han llegado a la meta. 

Quién dice que en la muerte no hay movimiento. 

Cuando odias a tus padres, es muy fácil encontrarles manchas. 

Existen ironías, y no todas son trágicas, ni siquiera dramáticas, sino risibles, o mejor dicho, tragicómicas. 

Se cuenta rápido, pero el tiempo es un hijo de puta. 

El miedo es un hijo de puta. Un gran hijo de puta. 

El caos es lo contrario a la creación ordenada. 

lunes, 15 de diciembre de 2025

Sara Mesa: OPOSICIÓN

Que haya muchas cosas inventadas no significa que este relato no esté absolutamente cargado de verdad. 

Era una mañana fría de invierno, apenas había amanecido, la luz me hizo pensar en la textura porosa de la cera. 

Parecía joven, aunque algo muy viejo se escondía tras su voz. 

Sus ojos carecían de brillo. 

Resoplaba por el esfuerzo, con la cara tan roja como un filete crudo. 

Me miré en el espejo. Mi cara pálida y hambrienta, interrogante. Como si me hubieran recortado de otro sitio y pegado ahí, sin más formalidades. 

Las conversaciones sobrevolaban el espacio formando un gran tumulto. Era complicado destrenzarlas y sacar algo en claro, como cuando un collar se enreda y hay que dedicar mucha paciencia para desenredarlo.

Lo que pude ver dentro fueron las cuatro cosas típicas de un despacho, la mesa, el sillón, el perchero, un armario, todo muy limpio y ordenado, pero también fantasmal, como si los objetos, deformados por los gránulos del cristal, soportaran una lluvia que solo caía ahí dentro, en ese rectángulo. 

Eran papeles antiguos y olían a perro mojado. 

Nuestro diálogo fue lento, como si se nos estuvieran gastando las pilas. Las palabras no eran precisas. Más bien eran aproximativas, rondaban en torno a algo sin nombrarlo. 

Su voz sonaba ronca, lejanísima. 

Él levantó una mano en señal de despedida. La movió como un pañuelo que no pesara nada. 

Aquel señor mayor con cuerpo de pera. 

Tenía la piel verdosa, como si le hubiesen envenenado. 

Las lluvias daban paso a un sol arrogante que picaba. 

Murmuró con su voz arenosa. 

Su expresión era rara, todo en él era raro, como si estuviera ligeramente desplazado del lugar que ocupaba. 

Siempre había creído que las cosas se hacían una detrás de otra hasta acabar, y ahí no encontraba esa continuidad. 

A pesar de su edad, tenía un aire infantil, como de niño perdido en mitad de un supermercado. 

Lo único visible es la ausencia. 

Nos habíamos detenido bajo la sombra de un magnolio. Las hojas sombrearon nuestras caras, nuestras ropas. Un estampado móvil, preveraniego. 

Realizar era mejor que hacer y recepcionar mejor que recibir. Los problemas eran problemáticas; las personas, sujetos. Indicar era mejor que poner, cumplimentar mejor que rellenar. Los informes se emitían, de las reuniones emanaban decisiones. Los informes comenzaban siempre con un relato de los antecedentes, que se repetían al comienzo de cada apartado; cuanto más se repetían —o todavía mejor, se reiteraban—, más largo era el informe y, por tanto, más riguroso. Con el fin de no reiterar palabras sin ton ni son, se usaban las expresiones el mismo y la misma. Implementar era mejor que poner en marcha y los cambios se denominaban —no llamaban— transformaciones. Si algo tardaba en llegar era porque había sufrido una demora; incrementar y reducir se prefería a aumentar o disminuir y preferible era mejor que mejor. Los dineros eran las partidas. Si las partidas no se habían incrementado, se hablaba de crecimiento cero; si se reducían también crecían, pero era un crecimiento negativo. Dar privilegios era priorizar. A la capacidad de aguante se la llamaba resiliencia. Los informes estaban motivados y sustentados. Los problemas nunca se estancaban, se debatían eternamente en paneles formativos con la participación de agentes implicados. Si la cosa iba en serio, se montaba un observatorio que publicaba boletines. Complejizar sonaba aceptable, mucho mejor que dificultar, que sonaba fatal. Los sufijos valían para dar lustre y por eso se inventaban términos como asistenciación o exclusionamiento. Las palabras esdrújulas eran muy apreciadas, todos los diagnósticos, estándares y parámetros eran bienvenidos, y las mayúsculas dignificaban conceptos problemáticos como Zonas de Transformación Social o Itinerarios de Inserción. 

Sus ojos irradiaban placer y excitación, descubrí en ellos unas vetas color miel que nunca le había visto, un matiz manso y entregado, como si yo ya formara parte de su mundo más íntimo. 

Lagartijas que se ocultaban como relámpagos a mi paso. 

Nubes pesadas, fanfarronas, que amagaban con estallar pero no estallaban. 

De la anomalía y el atajo nunca puede salir nada bueno. 

Un chorro de luz me golpeó la cara inesperadamente, como si saliera de un túnel después de haber pasado meses y meses excavando bajo tierra. 

El sol encharcaba las losas de cemento, refulgía marcando la humedad en las junturas. 

Mi malestar era como un saco de arena en el fondo del estómago, denso y mediocre.

El cielo se tiñó de un tormentoso color mandarina. 

Las primeras señales nunca se ven, solo se perciben como anomalías. 

Me observaba como a través de un cristal, con las pupilas dilatadas y opacas. 

Sus ojos eran negros como la tinta, grandes pero incompletos, parecía que se le hubieran caído las pestañas.

Estaba clavado en el suelo con la vista baja y todavía unos restos de sonrisa coleando, como si alguien le obligara a estar ahí, a hacer o decir algo que de pronto había olvidado. 

La vida creativa es la única vida posible. 

Una parte de mí se había desgajado irremediablemente de mis actos. Si existía un centro desde el que mirar, yo ya lo había perdido por completo. Hiciera lo que hiciera, un cachito de mí siempre quedaba al margen, abucheando, sugiriéndome insidiosas alternativas, todas contradictorias. 

Cuando deformaba las palabras no era para construir algo nuevo, sino para eludir su significado y desnaturalizarlas. Como un modo de verlas desde fuera sin implicarme, de no apropiármelas. Como crear una forma verbal nueva: la cuarta persona del singular. Ni yo ni tú ni ella, sino alguien más allá que pudiera observarlo todo en la distancia sin tener por qué formar parte de lo dicho. 

Su cabeza estaba como en equilibrio sobre el cuello. 

Tenía miedo a que la monotonía se convirtiera en costumbre y después en necesidad. 

No podía olvidar el momento de quiebra por el que las dos habíamos pasado. Como si hubiésemos bajado juntas a un lugar prohibido, hubiésemos abierto la puerta y luego, asustadas por nuestra osadía, hubiéramos vuelto otra vez a la superficie, fingiendo no haber visto nada. 

Sonreía como cuando se me quemaba la cara por el sol, con tirantez. 

El aire, de un inexplicable color verdoso, recordaba al agua de una pecera, con sus extrañas cositas flotantes. 

La misma luz intensa y preorgásmica. 

No era una sensación desagradable. Más bien un letargo en el que no me importaba acurrucarme, como cuando se tiene mucho sueño. 

Se quitó las gafas. Con los ojos desnudos tenía una expresión más joven, más ingenua, también más desvalida. 

Una verdad envuelta en mentiras nunca es una verdad. 

Expuso en tono amable pero también paternalista, como quien le promete a una niña planes que sabe de sobra que no cumplirá. 

Una madre es indulgente por naturaleza. 

Era una mujer ridícula e inocente, pomposa y buena, cálida y posesiva, de la que era muy fácil reírse y de la que, al mismo tiempo, debería ser un delito reírse. Cómo podía ser tan fácil cometer ese delito resultaba una paradoja casi cruel. 

El bigote tan tupido que daban ganas de pegarle un tirón para comprobar que no era de mentira. 

La mera idea de responderle me producía una pereza cósmica. 

Un fluorescente de techo parpadeaba, generando un chasquido que en esa situación me sonó como un aplauso. 

Un montacargas descendió por mi columna vertebral y se me encajó en la pelvis con un golpe seco. 

El aire se volvió incandescente. Una electricidad rápida y fugaz. Chispeante y gatuna. 

Su aspecto era áspero, ordinario.

Agota Kristof: CLAUS Y LUCAS

El trabajo es pesado, pero mirar sin hacer nada a alguien que trabaja es mucho más pesado aún, sobre todo si es un viejo. 

Llorar no sirve de nada. 

Da igual si es cierto o falso. Lo esencial es la calumnia. A la gente le encanta el escándalo. 

 

—Tú, cierra el pico. Las mujeres no han visto nada de la guerra. 

La mujer dice: 

—¿Qué no hemos visto nada? ¡Imbécil! Nosotras hacemos todo el trabajo, tenemos todas las preocupaciones: alimentar a los niños, cuidar a los heridos... Vosotros, una vez que acaba la guerra, sois todos unos héroes. Muertos: héroes. Supervivientes: héroes. Mutilados: héroes. Y por eso habéis inventado la guerra vosotros, los hombres. Es vuestra guerra. Vosotros la habéis querido, ¡así que hacedla, héroes de mierda!

 

Me he quedado aquí echada sin comer, sin beber, yo no sé desde hace cuánto tiempo. Y la muerte no viene. Cuando la llamas, nunca viene. Se divierte torturándonos. La llamo desde hace años y me ignora. 

Es más fácil dar que aceptar. El orgullo es un pecado. 

A las mujeres les gustan los hombres tristes. 

Los muertos no están en ninguna parte y están en todas partes. 

El verano es espantoso. En verano, la muerte está mucho más cerca. Todo se seca, se sofoca, se inmoviliza. 

Todo ser humano ha nacido para escribir un libro, solo para eso. Un libro genial o un libro mediocre, da igual, pero el que no escriba nada es un ser malogrado, que ha pasado por la tierra sin dejar ninguna huella. 

Escribir es lo más importante. 

La vida es así. Con el paso del tiempo, todo se borra. Los recuerdos se difuminan, el dolor disminuye. Yo me acuerdo de mi mujer como uno se acuerda de un pájaro, de una flor. 

Uno se embarca en cualquier cosa en cualquier momento y con quien quiere, si quiere de verdad. 

Las heridas físicas no tienen importancia cuando las recibo yo. Pero si tuviera que infligirle yo una a alguien, se convertiría en otro tipo de herida para mí, que no sé si podría soportar. 

El lugar ideal para dormir es la tumba de alguien a quien se ha amado. 

Hay vidas más tristes que el más triste de todos los libros. 

Por muy triste que sea un libro, nunca puede ser tan triste como la vida. 

El cielo se cubre de color naranja, amarillo, violeta, rojo y otros colores que no tienen nombre. 

Si uno piensa, le resulta imposible amar la vida. 

Los niños dan muchas alegrías. No me imagino la vida sin ellos. 

Ahora ya soy bastante mayor para saber la verdad. Hacerse preguntas es peor que saberlo todo. 

La vida es de una futilidad absoluta, no tiene sentido, es una aberración, un sufrimiento infinito, un invento de un No-Dios cuya maldad rebasa la comprensión. 

lunes, 8 de diciembre de 2025

Javier Cascón Coca: AMEN SIN TILDE

Cada decisión en la vida tiene un coste de oportunidad.

La verdadera libertad conlleva compromiso e implicación. 

Es necesaria la implicación en la vida para ser feliz, aunque esta traiga consigo rozaduras y choques de vez en cuando. 

Nos pasamos gran parte de nuestras vidas diciendo que esto ya lo haremos cuando tengamos tiempo o cuando tengamos estabilidad, pero hay cosas que hay que hacerlas ya. En el ahora. Tal y como estés. Sólo así se alcanza la libertad. 

Las redes sociales son la liturgia de los pueblos sin liturgia y los influencers son los que dirigen el culto. Empiezan por un culto a sí mismos y continúan recibiendo alabanzas y halagos por parte de sus feligreses que reaccionan a cada historia y publicación. 

Las personas mayores nos recuerdan el valor de la humildad, toda la energía y belleza de años de juventud se han esfumado. Lo que queda es lo esencial, el carácter y la forma de ser. Es como si se retirase la cáscara de un fruto. 

De miedo están hechas las cadenas más pesadas y consiguen que miles de personas vivan atadas al suelo cuando nacieron para volar.