Las palabras cruzadas restallaban lentamente en el aire.
El tiempo es un misterio banal.
El sol que entraba
por el ventanal iluminaba con violencia las baldosas negras y
blancas.
La eternidad de la
infancia es leve.
La moral pura es
única y universal. No sufre ninguna alteración en el transcurso del
tiempo, ni tampoco ninguna añadidura. No depende de ningún factor
histórico, económico, sociológico o cultural; no depende de nada
en absoluto. No está determinada y determina. No está condicionada
y condiciona. En otras palabras: es un absoluto.
Una moral
observable en la práctica siempre es el resultado de mezclar en
proporciones variables elementos de moral pura y otros elementos de
origen más o menos oscuro, casi siempre religioso. Cuanta más
importante sea la parte de elementos de moral pura, más larga y
feliz será la existencia de la sociedad que se apoya en la moral
considerada. Llevando la idea al extremo, una sociedad regida por los
principios puros de la moral universal duraría tanto como el mundo.
Siempre es curioso
oír a los demás hablando de nosotros, sobre todo cuando no parecen
darse cuenta de nuestra presencia. Se puede empezar a perder la
conciencia de uno mismo, y no es desagradable.
La ternura viene
antes que la seducción.
Las chicas sin
belleza son desgraciadas, porque pierden cualquier posibilidad de que
las amen. A decir verdad, nadie se burla de ellas ni las trata con
crueldad; pero parecen transparentes y nadie las mira al pasar. Todo
el mundo se siente molesto en su presencia y prefiere ignorarlas. Por
el contrario, una belleza extrema, una belleza que sobrepasa por
mucho la seductora frescura habitual de las adolescentes, produce un
efecto sobrenatural y parece presagiar invariablemente un destino
trágico.
Éste es uno de los
principales inconvenientes de la extrema belleza en las chicas: sólo
los ligones experimentados, cínicos y sin escrúpulos se sienten a
su altura; así que los seres más viles son los que suelen conseguir
el tesoro de su virginidad, lo cual supone para ellas el primer grado
de una irremediable derrota.
Una vida volcada
hacia una meta deja poco sitio para el recuerdo.
Al considerar el
pasado siempre se tiene la impresión -probablemente falsa- de un
cierto determinismo.
Para el occidental
contemporáneo, incluso cuando se encuentra bien, la idea de la
muerte constituye una especie de ruido
de fondo
que invade el cerebro cuando se desdibujan los proyectos y los
deseos. Con la edad, la presencia del ruido aumenta; puede compararse
a un zumbido sordo, a veces acompañado de un chirrido. En otras
épocas el ruido de fondo lo constituía la espera del reino del
Señor; hoy lo constituye la espera de la muerte. Así son las cosas.
El
comportamiento humano, determinado por principio y casi en cada uno
de sus actos, sólo admite unas pocas bifurcaciones, e incluso éstas
las sigue poca gente.
No
había nada en la historia de la humanidad, desde la divinización de
los faraones en el antiguo Egipto, que pudiera compararse al culto de
la juventud europea y norteamericana por las estrellas de rock.
En
medio de la gran barbarie natural, los seres humanos han conseguido a
veces (pocas) crear pequeños lugares cálidos que irradian amor.
Pequeños espacios cerrados, reservados, donde reinan el amor y la
subjetividad.
Algunas
nubecillas flotaban entre los pinos, como salpicaduras de esperma.
Las palabras atraviesan elásticamente el espacio, el espacio entre las pieles.
La palabra, que crea una relación, también puede separar.
El optimismo, la generosidad, la complicidad y la armonía hacen que el mundo avance. El futuro será femenino.
La muerte iguala a todo el mundo.
Las ramas de pino entrelazadas dejaban ver las estrellas.
Una de las características más sorprendentes del amor físico es la sensación de intimidad que procura, al menos cuando va acompañado de un mínimo de simpatía mutua. Ya en los primeros minutos se pasa del usted al tú, y parece que la amante, incluso si la hemos conocido la noche anterior, tiene derecho a ciertas confidencias que no le haríamos a ninguna otra persona.
Las relaciones familiares duran algunos años, a veces algunos decenios, de hecho duran mucho más tiempo que las demás; y al final también mueren.
Entre los siete y los doce años el niño es un ser maravilloso, amable, razonable y abierto. Vive lleno de alegría y tiene un juicio perfecto. Está lleno de amor, y se conforma con el amor que quieran darle. Y después todo se echa a perder.
Es difícil imaginar algo más estúpido, agresivo, insoportable y rencoroso que un preadolescente, sobre todo cuando está con otros chicos de su edad. El preadolescente es un monstruo mezclado con un imbécil, de un conformismo casi increíble; parece la cristalización súbita y maléfica (e imprevisible, si pensamos en el niño) de lo peor del hombre.
Los hombres son incapaces de amar, es un sentimiento que les resulta completamente ajeno. Lo único que conocen es el deseo, el deseo sexual en estado bruto y la competición entre machos; y luego, en otra época y dentro del matrimonio, podían llegar a sentir cierto agradecimiento por su compañera cuando les daba hijos, llevaba bien la casa, era buena cocinera y buena amante; entonces les agradaba compartir la cama con ella.
Aceptar la ideología del cambio continuo es aceptar que la vida de un hombre se reduzca estrictamente a su existencia individual, y que las generaciones pasadas y futuras ya no tengan ninguna importancia para él.
Actualmente tener un hijo ya no tiene sentido para un hombre. El caso de las mujeres es diferente, porque siguen necesitando alguian a quien amar; cosa que nunca ha sido y nunca será el caso de los hombres. Es falso pretender que los hombres también necesitan cuidar a un bebé, jugar con sus hijos, hacerles mimos. Por mucho que lo repitan desde hace años, siguen siendo falso. En cuanto un hombre se divorcia, tan pronto como se rompe el entorno familiar, las relaciones con los hijos pierden todo su sentido. El hijo es la trampa que se cierra, el enemigo al que hay que seguir manteniendo y que nos va a sobrevivir.
Una mentira es útil cuando permite transformar la realidad, pero cuando la transformación fracasa sólo queda la mentira, la amargura y la conciencia de la mentira.
Estaba encogido en el sofá y se movía tanto como un muerto.
La posibilidad de vivir empieza en la mirada del otro.
Al considerar los acontecimientos presentes de nuestra vida, oscilamos constantemente entre la fe en el azar y la evidencia del determinismo. Sin embargo, cuando se trata del pasado, no tenemos la menor duda: nos parece obvio que todo ha ocurrido del modo en que, efectivamente, tenía que ocurrir.
Puede que la vejez sea eso; las reacciones emocionales se embotan, hay pocos rencores y pocas alegrías; uno se preocupa sobre todo por el funcionamiento de sus órganos, por su precario equilibrio.
Ni siquiera Dios puede hacer que lo que una vejez fue deje de ser.
En cualquier confrontación violenta hay una especie de instante de gracia, un segundo mágico en el que se equilibran las fuerzas en suspenso.
El amor contiene y ejecuta la ley.
Lo más grande del mundo se construye siempre sobre un crimen.
En nuestras sociedades contemporáneas, una vida humana pasa necesariamente por uno o varios períodos de crisis, de intensa revisión personal. Así que es normal que en el centro de la ciudad de una gran capital europea uno tenga acceso al menos a un establecimiento abierto toda la noche.
Es posible imaginar a un depresivo enamorado, pero un depresivo patriota resulta inconcebible.
Las turbulencias de la marea junto al pilar de un puente son estructuralmente imprevisibles; pero a nadie se le ocurriría calificarlas de libres por esa razón.
Ese sentimiento ambiguo y triste que aparece cuando uno vuelve a pisar los lugares de su infancia.
La muerte es difícil de entender; el ser humano se resigna siempre de mala gana a hacerse una idea exacta de ella.
Los hombres no hacen el amor porque estén enamorados, sino porque están excitados.
El yo es una neurosis intermitente.
Vivieron esas medio peleas de domingo por la tarde. esos momentos de silencio en los que el cuerpo se encoge entre las sábanas, esas zonas de silencio y aburrimiento en las que se deshace la vida.
La desgracia sólo alcanza su punto más alto cuando hemos visto, lo bastante cerca, la posibilidad práctica de la felicidad.
La vida se caracteriza por grandes zonas de confuso aburrimiento, la mayor parte del tiempo es especialmente triste; y de pronto aparece una bifuración, y resulta que es definitiva.
La gente tiene en la cabeza una idea muy simple del futuro: llegará un momento en que la suma de los placeres físicos que uno puede esperar de la vida sea inferior a la suma de los dolores (uno siente, en el fondo de sí mismo, el giro del contador; y el contador siempre gira en el mismo sentido). Este examen racional de placeres y dolores, que cada cual se ve empujado a hacer tarde o temprano, conduce inexorablemente a partir de cierta edad al suicidio.
Los niños soportan el mundo que los adultos que los adultos han construido para ellos, intentan adaptarse a él lo mejor que pueden; lo más normal es que al final lo reproduzcan.
A pesar de todo ciertos seres tienen un papel fundamental en la vida de uno, le dan un nuevo giro; la cortan limpiamente en dos.
Según Auguste Comte, el único objetivo de la religión es llevar a la humanidad a un estado de unidad perfecta.
De todos los bienes terrenales, el más preciado es la juventud.
Uno ve a la gente durante años, a veces décadas, y poco a poco se acostumbra a evitar las cuestiones personales y los temas realmente importantes; pero tiene la esperanza de que en algún momento, es circunstancias más favorables, tendrá ocasión de abordar esos temas, esas cuestiones; nunca desaparece la perspectiva, aplazada una y otra vez, de un modo de relación más humano y más completo, porque ninguna relación humana encaja bien en un marco preestablecido y definitivamente estrecho. Así pues, sobrevive la idea de una relación "auténtica y profunda"; sobrevive durante años, a veces décadas, hasta que un acontecimiento brutal y definitivo (normalmente la muerte) le dice a uno que es demasiado tarde, que esa relación "auténtica y profunda" con la que había soñado nunca se hará realidad, igual que todas las demás.
El mundo es igual a la suma de conocimientos que tenemos sobre él.
Hablaba con la voz lenta y soñadora del hombre que entrevé perspectivas infinitamente lejanas, configuraciones mentales fantasmagóricas y desconocidas.
Sus palabras resonaron en el silencio, y el silencio se prolongó.
La gente necesita llorar, no puede hacer otra cosa.
Un hijo se tiene o no se tiene; no es una decisión racional, no forma parte de las decisiones que un ser humano puede tomar racionalmente.
El poder del espiritu es enorme dentro de su propio reino.
El mundo exterior tiene sus propias leyes, y esas leyes no son humanas.
El sol desgarró las nubes y el cielo se tornó azul.
La felicidad es indisociable de estados fusionales y regresivos incompatibles con la práctica de la razón.
La desaparición de los tormentos pasionales deja el campo libre al aburrimiento, la sensación de vacío, la angustiada espera de la vejez y de la muerte.
El hombre no está hecho para aceptar la muerte: ni la suya ni la de los demás.
El aire caliente ondulaba a su alrededor como una miríada de serpientes pequeñas.
Ni cruzando los brazos sobre el pecho ni apretándolos contra su cuerpo conseguía librarse de esa sensación de tristeza, de frío interior.
El humor no nos salva; no sirve prácticamente para nada. Uno puede enfrentarse a los acontecimientos de la vida con humor durante años, a veces muchos años, y en algunos casos puede mantener una actitud humorística casi hasta el final; pero la vida siempre nos rompe el corazón. Por mucho valor, sangre fría y humor que uno acumule a lo largo de su vida, siempre acaba con el corazón destrozado. Y entonces uno deja de reírse. A fin de cuentas ya sólo quedan la soledad, el frío y el silencio. A fin de cuentas, sólo queda la muerte.
Pasaban junto al lago. El sol surgió en medio de un banco de niebla, dibujando irisaciones resplandecientes en la superficie del agua.
En el horizonte, los picos de las Twelve Bens Mountains se superponían en una gama decreciente de grises, como las películas de un sueño.
Las olas parecían gusanos que se entrelazaban y se retorcían a enorme distancia.
Los pensamientos no ocupan espacio. Los seres ocupan una porción de espacio; podemos verlos.